Gran parte de nuestra sociedad piensa que dedicarse al cuidado de los animales no es “serio”. Tal vez serio no sea la palabra; lo que quiero decir es que consideran que hay otras prioridades en la vida por encima del cuidado de los animales.
Y es verdad. Las personas que dedican su tiempo a La cocina económica, a Cáritas, a Afal, por poner algunos ejemplos, tienen una gran consideración social porque la labor que realizan es impagable, pero también es verdad que el cuidado de nuestros animales es muy importante y por eso no hay que menospreciar la actividad de los que se dedican a ellos en cuerpo y alma.
Hecha esta pequeña introducción, quiero hablaros de las sensaciones que tengo cuando voy a visitar Arco da Vella, la protectora de animales con la que entré en contacto hace un tiempo [algunos recordaréis mi historia con Nina], y lo que admiro a esas personas que están dedicando su tiempo libre y no tan libre, y su dinero, a que el recinto funcione y a que se adopten el mayor número posible de perros y gatos.
El pasado 17 de mayo, Día das Letras Galegas, Congo y yo, junto con una amiga, decidimos ir a visitar la protectora y llevarles algunas cosillas que siempre les vienen bien: toallas, comida, chuches y otros artilugios necesarios para el cuidado de los animales recogidos.
Encontramos la protectora llena a reventar de perros. La última vez que nos habíamos pasado por allí, contaban con 18 y esta vez llegaban a 60. Nos contaron que habían participado en el rescate de perros de Bullas (Murcia), seguro que algunos de vosotros lo visteis en las noticias (las imágenes son fuertes pero es bueno verlas para reflexionar).
Nos llevamos a pasear a 6 galgos, machos y hembras. ¡Qué agradecidos son estos perros que tienen tan poco! Te miran y te obedecen (algunos) como si les conocieras de toda la vida. Y verlos pasear y correr en libertad, te alegra el corazón.
No puedo comprender como hay alguien que puede hacer algo así, así, así o así… Sólo son algunos ejemplos que no me entran en la cabeza.
Los animales “pintan” mucho en nuestras vidas y todos los que han tenido alguna vez, o tienen mascota, o han querido o quieren a un animal, lo saben.
Los animales “pintan” tanto en nuestras vidas, que a lo largo de la historia son muchos los escritores que han ensalzado esa amistad y ese amor.
¿Quién no recuerda a Platero, a Rocinante, a Troylo…?
“Platero y yo” - Juan Ramón Jiménez
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas.... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal....
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel....
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña... pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
--Tiene acero...
--Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
“D. Quijote de la Mancha” – Miguel de Cervantes
“Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit (1), le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse Don Quijote de La Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.”
(1) «Tamtum pellis et ossa fuit» significa que era solo pelos y huesos
La última de las “Charlas con Troylo” – Antonio Gala.
"Esta noche también he soñado contigo.
Corrías sobre el césped del jardín, vivo y dichoso, abanderando el rabo. Corrías hacia mí, me reclamabas. Tu ladrido pequeño henchía la mañana.
He alargado la mano, todavía dormido, buscando por la cama a tientas tu cabeza. Sin encontrarte, Troylo.
He encendido la luz. No estabas, Troylo.
No volverás a estar...
Dicen que no se pierde sino lo que nunca se tuvo. Es mentira.
Yo te tuve: te tuve y no te tengo.
Al pie del olivo que juntos estrenamos, una calva en el césped indica dónde estás.
El césped que plantamos hace nada para que tú corrieras, divertido, sobre él; para que tú, al venir la primavera y su templado soplo, te revolcaras jugando sobre él.
Tú no tendrás más primaveras, Troylo.
Ahora eres tú quien abona ese césped. En esto acaba todo.
¿Quién puede hacerse cargo de tal contradicción?
¿Pueden morir del todo alguna vez unos ojos que se han mirado tanto, se han entendido tanto, se han consolado tanto?
Quizá tú ahora habitas con quien más has querido.
Quizá tú ahora eres —si es que eres— más feliz que conmigo.
Quizá tú trotas, moviendo la menuda grupa, por los verdes campos del Edén. Pero durante once años y medio anduviste enredado a mis piernas;
arrebujaste tu lealtad a mi vera; me seguiste a dos pasos por este mundo que, sin ti, no es el mismo. Continuarán los pájaros y los amaneceres, el chorro de la fuente ascenderá en el aire, como la vida, sólo para caer.
Pero no estarás tú, Troylo, compañero irrepetible mío.
Nunca más, nunca más.
Ya no habrá que sacarte a la calle tres veces cada día, ni tampoco habrá que sacarte las muelas de noviembre, ni acercarás resoplando el hocico a los respiraderos de los coches,
ni te asomaras encantado por las ventanillas, ni me recibirás —enloquecido el rabo, ladrando y manoteando— a la puerta de la casa.
Ya no habrá que secarte cuando llueva, ni cepillarte por la mañana al salir de la ducha, ni reñirte porque pides comida: ya no sabré qué hacer con el trocito último del filete...
Nunca más.
Y no me hago a la idea.
¿Qué es lo que has hecho, Troylo?
Quiero dormir para soñar contigo, para jugar contigo y regañarte, para no comprobar que te he perdido. Con la garganta apretada he mandado hoy retirar tus breves propiedades:
tu toalla, tu manta, tu cepillo, tu peine y tus correas...
Las he mandado retirar, pero no lejos.
Porque a lo mejor una mañana te veo regresar, alegre y frágil, cariñoso y sonoro.
(Acaso esta pesadilla es una broma tuya, y se abrirá una puerta y tú aparecerás. De mis oídos no se quita el ritmo de tus pasos, ni la impaciencia de tu cascabel.)
O a lo mejor soy yo el que se acerca una mañana a ti —quién sabe— y te silbo y te llamo y tú levantas la cabeza con el gesto de siempre.
No te preocupes, Troylo: si nada dura —ni el amor—, tampoco la muerte durará.
En donde sea, estaremos todos juntos de nuevo, riendo y bromeando.
Si no, no habría derecho.
Mientras entró y salió la gente de mi vida —de nuestra vida—, tú permaneciste a mi lado, imperturbable, fiel, idéntico, amoroso.
Juntos pasamos por la compañía y por la soledad.
Llegaste, Troylo, a ser yo mismo de otro modo.
El infortunio o el gozo, siempre los compartimos.
Quien a mí me dejó, te dejó a ti, y te quería quien a mí me quiso.
Me hablaba yo, y era a ti a quien hablaba.
La muerte se ha interpuesto en la conversación una vez más, la muerte.
Ahora sí que envejezco, ahora sí que estoy solo.
Es la primera vez que te has portado mal conmigo.
Desde la ventana veré y el olivo y a ti al pie del olivo.
Troylo, amigo mío, interminablemente bajo el césped.
La muerte ha interrumpido nuestras charlas.
Descansa en paz, Nadie jamás podrá sustituirte.
Hasta luego.
Hasta después”
¿A quién recordáis vosotros?