- Cuando el profesor que nos acompañaba en el viaje, dijo que era hora de levantar el campamento, todos salimos corriendo, aún a medio comer los helados. Una horda de adolescentes salvajes, eso es lo que éramos.
Yo viajaba en el asiento delantero, justo detrás del conductor porque siempre me mareaba. Así que pude verlo todo con claridad.
El conejo entró indeciso y lento en la calzada pero de pronto echó a correr, cruzándose con nosotros irremediablemente. El chófer, pillado por sorpresa, dio un volantazo y frenó bruscamente, lo que nos llevó fuera de la carretera.
Gritos. Nervios. Llantos. Ahogos.
Cuando abrí los ojos, una vez que conseguí vencer el miedo a lo que podía encontrarme, vi el otro autobús, uno idéntico al nuestro, pero bien aparcado en el arcén.
Mi compañera de asiento, empezaba a levantarse y a reconocerse el cuerpo, callada. Era una chica valiente, todos lo decían. Un poco asustada le dije: “Mira, hay otro autobús, ha venido a rescatarnos”. Ella, con una cara más asustada que la mía, me contestó: “No hay nada Esther, yo no veo ningún bus”. Sacudiéndome con cuidado, repitió agitada: “No hay nada Esther, yo no veo ningún bus”. Y comenzó a llorar.
Nos dimos la mano en un gesto instintivo y comenzamos a levantarnos para ayudar. Un mareo dio conmigo en el suelo, truncando mis pocas fuerzas. El porrazo fue oído por todos, que miraron hacia donde estábamos nosotras. El profesor se acercó y comenzó a darme pequeñas bofetadas en la cara para despertarme. “Esther, Esther, despierta. Esther ¿me oyes?”
Yo ya iba de camino. Aunque apenas le oía, todavía podía sentir el apretón de manos de mi compañera, que se había hecho más fuerte y más desesperado. Con mi cuerpo temblequeando, no sé de donde quité las fuerzas para gritar: “El bus, nos está esperando el bus”. Con los ojos cerrados no pude ver las caras de espanto de todos los que me rodeaban.
El autobús de las almas muertas permanecía estacionado en la curva de Santa Ana; le llamaban así al lugar donde habíamos volcado porque a unos metros se encontraba la iglesia que llevaba el mismo nombre. Abrió la puerta delantera. Daba la impresión que estaba vacío, pero si uno se fijaba bien podían verse una especie de sombras sentadas en cada asiento, inmóviles.
Solté la mano de mi compañera, me incorporé como pude y empecé a andar, sorteando los cuerpos de los compañeros que todavía estaban por el suelo, y las mochilas. Bajé de nuestro bus y me subí al otro. Me acomodé en el mismo lugar que ocupaba anteriormente. La sombra que hacía de conductor cerró la puerta y justo, en ese mismo instante, vuestros rostros se hicieron visibles. Y ya no sentí miedo.
- ¿Cómo me encuentras después de tanto tiempo?, dime, porque han pasado ya 8 años.
- Te veo como entonces, abuela. En serio, estás estupendamente.
- Tú sí que estás guapa. Anda dame un beso grande. Y mira, mira quien está aquí. Ha querido venir a buscarte.
- Giré mi cabeza hacia atrás y la vi. Su sonrisa lo iluminó todo. Me levanté en un soplo y corrí a abrazarla.
Mientras, el bus arrancó.
F I N
...ooo000ooo... ...ooo000ooo... ...ooo000ooo...
La primera parte de esta historia se me ocurrió después de ver un capítulo de "A dos metros bajo tierra"
Y la segunda parte se me ocurrió después de leer esta entrada. Así que esta historia va por ti, Maya, espero que te guste.
Ella siempre va a estar con nosotras.
La fotografía está extraída de Abandonalia, un blog dedicado a lugares abandonados en España y el resto del mundo,
con unas fotografías increíbles; me he quedado asombrada viendo las fotos.
Those who are dead are not dead
They’re just living in my head
And since I fell for that spell,
I am living there as well
Time is so short
And I’m sure
There must be something more