sábado, 27 de febrero de 2010

En el desierto del Kalahari

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Cuando me desperté, la película ya se había terminado. Y Congo, lentamente, comenzaba a recorrer todo mi cuerpo con sus manos. Con su boca cálida.

En la pantalla de la televisión, los protagonistas eran unos elefantes en el desierto de Kalahari, que presurosos se dirigían rumbo al agua.

Mientras una madre y su cría, que no podía caminar tan rápido, se quedaban rezagadas de la manada, Congo me lamía los pezones y yo, poco a poco, me iba volviendo más salvaje.

Y justo en el instante en que los elefantes llegaban al delta, Congo y yo, también sedientos, nos apareábamos en libertad un viernes más, en el sofá anaranjado del salón.

 

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El Okavango es un río que recorre casi 1.000 kilómetros como cualquier otro, buscando una salida al mar. Sin embargo, el Okavango tiene un final poco usual, ya que en su final, en Botswana, penetra en una zona de llanura en donde parece empantanarse en un delta endorreico, conocido en todo el mundo como Delta de Okavango, hasta morir disperso en el desierto de Kalahari. Es el escenario de una de las reservas de fauna más abundante y representativas de toda África:

 mamá elefante

El escenario, de un aspecto pantanoso, es el hogar de muchas de las especies más famosas y fotografiadas de África, y cuenta con una de las únicas poblaciones de leones nadadores del mundo, capaces de adaptarse a los cambio en los niveles del agua para sobrevivir cazando antílopes e impalas.

 

jueves, 25 de febrero de 2010

El extraño

MORFOLOGIA 

Cuando dejó de oír su voz por teléfono cayó en una especie de trance. Desdobló la almohada y se estiró cómodamente de nuevo en la cama, con los ojos cerrados.

No podía dejar de oír aquella voz y sentir como bajaban susurrando por el cuello aquellas palabras dulces de hace unos minutos. Era una sensación tierna, agradable… Extrañamente se sentía relajada y al mismo tiempo no quería sentir.

Aquel hombre era un extraño, una llamada equivocada y no entendía como había podido llegar hasta su cama. Y menos aún, por qué le había dejado llegar. Era su voz. Su voz había conseguido que algo despertarse en su piel aletargada. Y ya no había forma de parar el deseo.

Sentía el cosquilleo que empezaba entre sus pechos y sus manos caminando despacio por el cuerpo. Y el calor. También sentía aquel calor irreverente. Casi sin darse cuenta empezó a chuparse lentamente los dedos de la mano derecha para pasarlos luego, húmedos, por los labios. Deseaba otra boca.

Se sacó el pijama con urgencia, lo tiró enroscado a la alfombra y contempló su cuerpo menudo. Era suave al tacto pero tal vez estaba demasiado delgada. Podía contarse las costillas una a una sin esfuerzo. Casi se hacía cosquillas al rozarlas tan despacio.

Empezaba a acariciarse los pezones, casi infantiles, con las palmas de las manos, cuando un sonido perturbó su ensoñación. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que era.

El timbre de la puerta había sonado. Abrió los ojos diciéndose que no iba a levantarse. Haría como si no estuviera en casa. Pero el timbre sonó de nuevo insistente.

Empezó a notarse nerviosa y su cabeza regresó a la realidad pensando ya en quién estaría llamando con tanto ahínco a aquella hora tan intempestiva. No pudo evitar incorporarse a toda prisa, ponerse el pijama, colocarse un poco el pelo en el espejo de la cómoda y salir a carreras por el pasillo mientras decía en alto en dirección a la puerta de entrada: "Ya Voy, ya voy". Dos veces.

Antes de abrir descorrió la mirilla para ver quién estaba en el felpudo. Abrió la puerta que estaba cerrada con llave y se quedó plantada allí, en pijama. Sonriéndole. Sin articular palabra alguna.

 

 

La estupenda fotografía es de Luís Lorenzo (amigo y compañero de trabajo); seguro que muchos ya lo conocéis
porque en el blog hay muchas fotos suyas.
Esta mañana en la oficina me comentó que había dejado fotos nuevas en su página de Flickr
y ésta que os dejo ahora con el texto es una de las que me enamoró. 

Y a vosotros ¿os gusta tanto como a mí?

 

martes, 23 de febrero de 2010

Preludio

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Verás, ayer estuve dándole muchas vueltas a una idea. Se me ocurrió pensar en los besos y en que tenía que contarte como eran los míos. No es una tarea sencilla pero intentaré hacerlo lo mejor posible para que tengas una idea aproximada sobre mi forma de pensar y cómo son.

Para mi todos los besos son importantes, por supuesto, siempre que cumplan una condición: Que sean sinceros. Y nunca, nunca, ningún beso es “corriente”. Cada uno es único e inigualable.

El primer beso siempre es el más esperado. Tal vez no sea el mejor teniendo en cuenta los nervios y la vergüenza del primer acercamiento pero, desde luego, es el más inolvidable. Antes de que tenga lugar solemos dibujar en nuestra mente una imagen visual del mismo. Soñamos con el lugar, con lo que diremos, lo que sentiremos. Lo idealizamos, en resumen. Pero las cosas pocas veces suceden tal cual las imaginamos, aunque tampoco importa demasiado al final. La espontaneidad es hermosa aunque resulte torpe y atropellada.

Hace unos días soñé con nuestro primer beso.

Supongo que será porque estoy deseando besarte, esa es la verdad, pero no se como decírtelo.

¿Se debe pedir un beso? Decir, por ejemplo: “Me gustaría besarte”. Son tres palabras. No ha de resultar tan difícil decirlas de un tirón. ¿Es valiente pedir un beso corriendo el riesgo de una negativa por respuesta? Me arriesgaré. Te lo pediré la próxima vez que nos encontremos. Necesito saber lo que siento en ese instante, lo que pasa por mi cabeza y por mi cuerpo.

Pero no sé por qué me estoy torturando pensando en todo esto. Tus besos. Mis besos...

Después de todo, los que se me dan mejor son los virtuales porque... ¿Cómo se puede describir con exactitud un beso real? Voy a probar, hacer una composición de lugar y tal vez así…

Imaginemos una escena.

Estamos en el coche. Te pido un beso. Te acercas despacio. Me muero de los nervios. Nuestros labios se acercan. Nos besamos con timidez. Me gustan tus labios. Repetimos el beso. Nos miramos a los ojos. Volvemos a acercarnos. Quisiera tocarte la cara, sentir tu piel en mis manos. No me atrevo. Tú sí, me acaricias la cara. Envidio tu gesto. Otro beso. Es tarde. No podemos alargar más el momento de la despedida. Porque es una despedida. Si no fuera así no me hubiera atrevido. O sí. Quisiera abrazarte, reposar mi cabeza en tu hombro. No hay tiempo a más.

P.D.: Y agradezco el regalo.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un monólogo de mucho peso

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Hay días, bueno, más concretamente, noches, en que me siento tan inflada como si fuera un globo aerostático o tan enorme como un gran tonel de vino, o tan hinchada como un neumático de camión.

Peso 62 kilos. Ni más ni menos. Mido 155 centímetros. No es mucho pero es lo que hay. Mi masa corporal es de 25,81. Mi peso ideal debería estar comprendido entre 49,7 y 54,8. Lo que indica que aún no soy obesa pero sí que tengo exceso de peso o sobre peso.

Hasta aquí, los datos son de una claridad meridiana, están contrastados por diversas fórmulas matemáticas desarrolladas por científicos muy famosos. Lo que no explican estos números, que no son nada guay aunque parezcan muy serios, es por qué y cómo he llegado a esta situación. Porque todo tiene una explicación razonable aunque no nos guste.

Tengo compulsión por la comida. Así, lisa y llanamente. Lo confieso.

Según la primera acepción de la R.A.E., tengo una inclinación, pasión vehemente y contumaz por “algo o alguien”, en mi caso, comida. Con todas las letras.

GORDA 
No soy bulímica. No, porque pudieran pensar que lo soy. Yo no como y luego vomito. No. Sólo tengo compulsión. Como porque un deseo irrefrenable me lleva a hacerlo. Es como cuando te pica una roncha y no puedes dejar de rascarte, a pesar de que te estás haciendo sangre. Así. Pero sin vomitar.

Me paso gran parte del día pensando en los deliciosos manjares que puedo llevarme a la boca: lassagna de carne picada, dulces de chocolate con nata, bocadillos de jamón con tomate y aceite de oliva, huevos fritos con patatas, cerveza con aceitunas rellenas de anchoa, gominotas (muchas gominotas) y conguitos. Por poner algunos ejemplos.

Pero mi compulsión también tiene una explicación, claro que sí. Toda mi compulsión es fruto de la jodida ansiedad. Empiezo y ya no soy capaz de parar. Y me digo, “venga, la última galletita”, pero no es la última, porque la última son tres o cuatro galletas después, o seis o siete. Cuando consigo, por arte de birlibirloque (bueno, no, esto es mentira, en realidad mantengo una terrible lucha conmigo misma y mis circunstancias) que me pese tanto la culpa como para cerrar el jodido frasco de cristal de las galletas ya estoy a punto de estrellarlo contra el fregadero, presa de la rabia y el fracaso. 

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¡Joder! ¡Joder!

Que ya estoy harta de empezar todos los días una jodida dieta que nunca sigo porque no puedo. No puedo ¡Joder! No puedo.

Y así, cada día de los 365 días que tiene el año. Día tras día, cada mañana me subo a la báscula para ver que no consigo bajar ni un gramo. Ni un jodido y miserable gramo, joder. Todo lo contrario. Voy a más. Más y más. Kilos. Grasa. Gordura. Hinchazón.

¡Joder!

Pero hoy voy a tomar una decisión drástica. Porque a grandes males, grandes remedios. Voy a poner en mi vida un stepper, concebido para la práctica ocasional de cardio-training y tonificación muscular en casa. Reforzaré mis muslos, mis glúteos (que los tengo, vaya si los tengo) y con los elásticos, tonificaré mis pechos, mis hombros, mis brazos.

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¡Joder!

 

 

¿Hace falta qué os digo a quién pertenecen estas pinturas?
Claro, a Fernando Botero. No podría ser de otro modo.

...ooo...ooo...ooo...ooo...

 

martes, 16 de febrero de 2010

c A r n A v A l

Regalo

El cuento que os dejo hoy es un pelín largo pero merece la pena leerlo. Tenéis toda la semana por delante ya que estos días no actualizaré. Estoy haciendo una copia del blog y reajustándolo un poco. Seguiré pasando por vuestros blogs, eso sí. Biquiños. 

"Banquete de boda"
 Emilia Pardo Bazán

Una noche de Carnaval, varios amigos que habían ido al baile y volvían aburridos como se suele volver de esas fiestas vacías y estruendosas, donde se busca lo imprevisto y lo romancesco y sólo se encuentra la chabacana vulgaridad y el más insoportable pato, resolvieron, viendo que era día clarísimo, no acostarse ya y desayunarse en el Retiro, con leche y bollos. La caminata les despejó la cabeza y les aplacó los nervios encalabrinados, devolviéndoles esa alegría espontánea que es la mejor prenda de la juventud. Sentados ante la mesa de hierro, respirando el aire puro y el olor vago y germinal de los primeros brotes de plantas y árboles, hablaron del tedio de la vida solteril, y tres de los cuatro que allí se reunían manifestaron tendencias a doblar la cerviz bajo el santo suyo. El cuarto -el mayor en edad, Saturio Vargas- como oyó nombrar matrimonio, hizo un mohín de desagrado, o más bien de repugnancia, que celebraron sus compañeros con las bromas de cajón y con intencionadas preguntas. Entonces Saturio, entre sorbo y sorbo de rica leche, anunció que iba a contar la causa de la antipatía que le inspiraba sólo el nombre y la idea del lazo conyugal.

Es una de las cosas -dijo- que no pueden justificarse con razones, y no pretendo que me aprobéis, sino que allá, interiormente, me comprendáis... Hay impresiones más fuertes y decisivas que todos los raciocinios del mundo; he sufrido una de éstas... y la obedezco y la obedeceré hasta la última hora de mi vida. Estad ciertos de que moriré con palma... de soltero.

Recibí la tal impresión cuando vivía en provincia, bajo el ala de mi madre. Tenía dieciocho años de edad, no sé si cumplidos, cuando una mañana me anunció mamá que al día siguiente se casaba una prima nuestra, a quien había traído su tutor de un convento de Compostela, donde era educanda, y que estábamos convidados a la ceremonia en la iglesia y a la comida de bodas, en casa del novio, cierto notario ya maduro. Alegreme como chico a quien esperaba un día de asueto y jolgorio; madrugué, y me situé en la iglesia de modo que no perdiese detalle. Cuando llegó la novia, entre el run run del gentío que se apartaba para dejarle paso, y la vi de frente, me sorprendí de lo linda que era, y sobre todo de su aire candoroso y angelical, y de su mucha juventud -una niña más bien que una mujer-. No vestía de blanco; tal costumbre no existía en Marineda aún; llevaba un traje de seda negro, una mantilla de blonda española y en el pecho un ramito de azahar artificial; pero su cara de rosa y sus grandes y dulces ojos azules lucían más con clásico tocado español, que lucirían bajo el velo de Malinas.

De pronto retrocedí como asustado: acababa de aparecer el novio, don Elías Bordoy, cincuentón, alto, fornido, grueso y calvo. Recuerdo que estuve a punto de gritar: «¿Pero es este hipopótamo el que se lleva esa criatura tan preciosa?» El movimiento que hice fue marcadísimo; lo advirtió mi madre, y como estaba pegada a mí, me tiró de la manga y recuerdo que ¡la pobre! puso un dedo sobre los labios, sonriendo con malicia y gracia, como si me dijese:

-¿Pero a ti que te importa? No te metas en lo que no te va ni te viene».

Si hubiese podido responder en alta voz y dejar desbordarse mis sentimientos, le gritaría a mamá: «Pues sí me importa. Cuando se casa un hombre, idealmente se casan todos. El que es joven y hace versos a escondidas; el que siente y le hierven las ilusiones, se ha figurado mil veces esta ceremonia y el misterio que la acompaña, y lo ha revestido de todos los encantos de la belleza. El pudor, la pasión, la incertidumbre, la esperanza, la felicidad que se sueña, menor, sin embargo, que la realidad iluminan con tal aureola este momento supremo de la vida, que el espectador tiene derecho a silbar, si el espectáculo es vergonzoso y grotesco». Mientras pensaba así, la novia, con voz clarita y argentina, había articulado un sí redondo...

La hora señalada para la comida de bodas era la de las tres: don Elías vivía a la antigua española. Nos introdujeron en una sala anticuada, con sillería de marchito color, en que cuadros de santos se mezclaban con oleografías de pésimo gusto. Éramos, con los de la casa, quince o veinte personas las que debíamos disfrutar del banquete. La novia, ya sin mantilla, pero con su ramo de azahar en el pecho, charlaba con la hermana de don Elías, solterona avinagrada, que tenía una de esas bocazas negras que parecen un antro sepulcral. El novio se había retirado, apareciendo pocos minutos después despojado de la levita, con un macarrónico batín de franela verde, en zapatillas, y calada una especie de gorra grasienta, a pretexto de catarro y confianza; en realidad por no desmentir la añeja y groserísima costumbre de sentarse a la mesa cubierto.

Figuraba entre los comensales uno de esos graciosos de oficio que no faltaban en ninguna ciudad, y al ver al novio en tan extraño atavío, le soltó un ¡hurra! y le anunció que a los postres bailarían una danza con mucho y remucho aquel... Al oír esta proposición miré a la novia con angustia. Cándida y sonrosada, inclinando la cabeza gentil, la novia sonreía.

Una maritornes sucia, de arremangados brazos, anunció en voz destemplada que estaba «la comida lista»; y don Elías nos enseñó a empellones el camino del comedor. «Nada de cumplimientos -chillaba el cetáceo- ya saben ustedes que esa palabra significa cumplo y miento». Porque cedí el paso a una señora, me llamaron señorito almidonado. Sentámonos a la mesa en tropel, y aquel desorden hizo que me colocase enfrente de la novia y pudiese estudiar con afán su rostro; pero nada advertí en él, más que el sencillo regocijo de una chiquilla salida del convento y que se divierte con el barullo y la novedad de la situación.

La comida era espantosa en su abundancia y en su pesadez: un pecado de gula colectivo. La hermana de don Elías, la de la bocaza sepulcral, sentada a mi lado, me hacía cucamonas aborrecibles, empezando por destapar un soperón ciclópeo, y echarme en el plato una cascada de tallarines humeantes y calientes como plomo derretido. El cocido le fue en zaga a la sopa: cada fuente encerraba una montaña de chorizos, patatas y garbanzos, libras de tocino, una costilla salada, y obra de dos rabos de cerdo.

Mis esfuerzos para abstenerse fueron inútiles: la terrible solterona, consagrada, según decía, «a cuidarme», notó que me faltaban garbanzos, que estaba privado de tocino, y que nadie más desprovisto de carne que yo, y remedió al punto estas faltas. Cuando uno es muchacho padece de raras aprensiones: cree que tiene que hacer el gusto a los demás, y no el propio. Obedecí a la arpía, y comprendiendo que me envenenaba, comí de aquellas porquerías grasientas. Era el tonel de las Danaides; cuanto más tragaba, más me ponía en el plato. Apenas me descuidaba veía venir por el aire una mano seca y rigurosa, y me llovía en el plato una media morcilla o un torrezno gordo. Y lo que acrecentaba mi indignación hasta convertirla en furor, era ver a la novia, la del rostro angelical, la de los ojos de luz y zafiro, comer con excelente apetito, y escoger con refinada golosina los mejores bocados. Onzas de sangre daría yo porque apareciese desganada y meditabunda. ¡Desganada! ¡A buena parte! Recuerdo que al ofrecerla su marido un platazo de aceitunas, exclamó hecha unas castañuelas, de vivaracha: «¡Ay, cómo me gustan! Y en el convento, espérate por ellas...».

Después de los innumerables principios, todavía trajeron un tostón o marranilla y un pavo relleno, de inmensa pechuga, tersa como el parche de un tambor, un pavo que me pareció la cría de un elefante. Destaparon el champagne, de pésima calidad, pero suficiente para alborotar las cabezas, y por primera vez oí reír alto a la novia, con risa cristalina, impulsiva, pueril, que a poco me arranca lágrimas... Sí; entre el calor, el vaho de la comida y el drama que se representaba en mi imaginación, declaro que estuve a pique de soltar el trapo allí mismo. El novio se había retirado a aflojarse los tirantes y volvía a la mesa hecho una fiera de puro feo, con el cogote rollizo, el rostro apopléjico y los ojos inyectados. Era el instante en que las chanzas del gracioso de oficio adquirían subido color; en que las señoritas y señoras, sofocadas, se abanicaban con periódicos, y en que empezaban a desfilar con los postres los licores -noyó, naranja, kummel y «perfecto amor»-. De este último quiso el gracioso escanciase el novio una copa a la novia, y aprovechando la algazara formidable que armó esta ocurrencia, yo me levanté, me deslicé hasta la puerta sin ser visto, salvé la antesala, salté a la escalera, bajé disparado y me encontré en la calle, respirando por primera vez desde tantas horas...

Al otro día caí en cama. La recia indigestión paró en fiebre, y fiebre de septenarios, tifoidea, que me puso a dos dedos de la sepultura. Convaleciente ya, un día desahogué con mi madre los recuerdos de la fatal comida. ¿Qué pasaba? ¿La novia había perdido la razón? ¿Se había escapado en bata del domicilio conyugal?

-¡Qué bonito eres! -respondió mi madre-. La novia, muy contenta; y don Elías y su hermana, entusiasmados. Entre meterse monja por falta de recursos o vivir hecha una señorona en casa de don Elías, que no se deja ahorcar, de fijo, por un par de millones... ya comprendes la diferencia, hijo.

No objeté nada. Mamá tenía razón. Me guardé mi desilusión, convertida, poco a poco, en horror profundo. Cada vez que pienso que pueden casarse conmigo como se casaron con don Elías... juro concluir mi existencia entre un gato y un ama de llaves... ¡Solo... solo!... Mejor que mal acompañado.

-Comprendo -exclamó uno de los que oían a Saturio Vargas-. Se te indigestó la boda... y manjar que se nos indigesta, ya no lo catamos.

Regalo 

Este disfraz de "Regalo" se lo hice a Senia cuando era pequeña, no recuerdo ahora los años que tenía. También se lo hice igual para una compañera de su clase sólo que en azul, para que formaran pareja. Ganaron el "primer premio", una ilusión muy grande para las tres.

 

 

domingo, 14 de febrero de 2010

Marchando una de pelis y una de libros.

A SINGLE MAN (1)
Ayer tarde fui a ver "A single man" y tengo que decir que me he quedado profundamente tocada por la elegancia, sensualidad, tristeza y sensibilidad, en las que me envolvió. Como simple anécdota, en la sala sólo estaban viendo la película, un matrimonio mayor, una mujer más o menos de mi edad y yo. Y es que hay películas que "no venden" a pesar de que sean exquisitas.

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La cinta, basada en una historia de Christopher Isherwood, narra la historia de un profesor de universidad homosexual y viudo, a pesar de que las leyes de una California de 1960 no le den este título oficialmente.

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En su "acera de enfrente" ya sólo le quedan unos vecinos cotillas, algún estudiante aventajado y una amiga frustrada porque nunca pudo conquistar su amor.

ford 
Está dirigida por el diseñador de moda Tom Ford, que debuta detrás de las cámaras con una genial acogida. Tom Ford es uno de los nombres más rutilantes del mundo de la moda. Rescató al emporio Gucci de su crepúsculo y ya con la tarea hecha se encargó de crear una línea con su nombre. A los 49 años, a Ford el mundo de la moda no pareció bastarle y así, se pasó al mundo del cine.

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Todos los looks masculinos del film han sido realizados en las exclusivas sastrerías de Tom Ford en Milán. En el debut como director del diseñador Tom Ford era muy previsible la apoteosis estética, pero no tanto una confección dramática tan lograda como la que desfila por la pantalla.

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Una película tan estilizada y cuidada como "A single man", no podía negarse una hermosa partitura. Aquí, en la parte superior izquierda, puedes ir escuchando los deliciosos temas que componen la banda sonora de la película, compuestos por el polaco Abel Korzeniowski, un compositor desconocido en el circuito internacional.

Te recomiendo que escuches al menos: 05 Mescaline, 08 Swimming y 09 And just like that.

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Un Colin Firth impecable, brillando al nivel al que nos tiene acostumbrados.

La interpretación de este papel, le valió a Colin Firth el Premio al mejor actor en el Festival Internacional de Venecia y su nominación a los Oscar, junto con los siguientes actores: Jeff Bridges ("Crazy Heart"), George Clooney ("Up in the Air"), Morgan Freeman ("Invictus), Jeremy Renner ("En tierra hostil").

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Es una película, en resumen, llena de detalles que resaltan las cosas que realmente importan: el amor, la amistad, la ilusión de vivir...

A-Single-Man-1 
o de morir, porque Ford amplía su gusto exquisito y su sensibilidad para la belleza, a un tratamiento ejemplar del tema más profundo tratado en el filme, que no es otro que la historia de un hombre que ya no quiere seguir viviendo.

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Una expresiva fotografía del español Eduard Grau, la solemnidad musical de Abel Korzeniowski y la selección de vestuario de Arianne Philips , hacen reverberar todavía más el sufrimiento entre la sofisticación.

firmin

Esta mañana, mientras desayunaba mi zumo de naranja recién exprimido, mi descafeinado expres con dos rebanadas de pan de pasas y nueces, comencé a leer "Firmin".

Creo que será un buen cambio después de pasar varias semanas enfrascada en la lectura de "Inés del alma mía", de Isabel Allende: «Supongo que pondrán estatuas de mi persona en las plazas, y habrá calles y ciudades con mi nombre, como las habrá de Pedro de Valdivia y otros conquistadores, pero cientos de esforzadas mujeres que fundaron los pueblos, mientras sus hombres peleaban, serán olvidadas.»

Contrario a lo que me parecía en un principio me gustó bastante. Aunque he de decir, que sufrí bastante también, leyendo las barbaries acometidas por los españoles en los tiempos de conquista.

Pero sigamos con Firmin, me sorprende (bueno, o no me sorprende) lo que leo en la página 19:

"A veces me complace pensar que mis primeros momentos de lucha por la vida vinieron acompañados, como marcha triunfal, por el desmenuzamiento de Moby Dick. Ello explicaría mi naturaleza extremadamente aventurera. En otras ocasiones, cuando me siento especialmente proscrito y estrambótico, estoy convencido de que el culpable es el Quijote. Oigan esto: "En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco de dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio [...] En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante. "

Contemple usted al Caballero de la Triste Figura: vanidoso, testaruro, apayasado, ingenuo hasta la ceguera, idealista hasta incurrir en lo grotesco... Lo cual viene a describirme a mí en pocas palabras. La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces imagino que he atacado molinos de viento. Molinos de viento o molinos de cultura -digámoslo de una vez-, los más deleitables e inasibles de los objetos, trituradoras eróticas, molinitos lascivos de lujuria, factorías carnales de raros goces, fantasilandias de fornicadores frustrados, cuerpo mismo de las Beldades. Y, al final, ¿cual es la diferencia? Una causa perdida es una causa perdida. Pero no voy a obsesionarme con esto ahora. Ya me obsesionará más adelante."   

Y me digo: "Si es que El Quijote aparece por doquier".

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¿Y tú que opinas?
¿Has visto la película o leído los libros?

jueves, 11 de febrero de 2010

Las cosas que le pueden ocurrir a cualquier mujer de mediana edad





Son casi las dos de la mañana y allí está Rebeca, como una perfecta gilipollas, anclada otra noche más en el sofá y con el mando de la televisión pegado en su mano derecha, moviendo el dedo pulgar frenéticamente para saltar de un canal a otro.

Rebeca se las prometía felices porque tenía previsto ver una película que tenía grabada pero cuando iba por la mitad despareció de la pantalla. De un plumazo. El vídeo, evidentemente, habría grabado mal. Ese fue el inicio de su noche de varada.

Antena 3, T5, La 1ª, La 2ª, La 7, La sexta, FDF, TVG, La 1ª, La 7, La sexta, Antena 3… Y así hasta la ansiedad.

Porque a Rebeca la tele la ponía muuuuy nerviosa, eso lo tenía muuuuuy claro. Lo que no estaba tan claro era porque seguía apalancada en el sofá. Tal vez debería preguntárselo a su psicólogo. Ellos siempre tienen alguna respuesta lógica, al menos así te lo parece en el tiempo que dura la consulta. Luego, ya una va pensando y…

Echó una mirada al reloj, 1:55. Asustada (mañana no habría despertador que la levantase) consiguió arrancarse (no por bulerías) y levantarse de una vez, para poner rumbo a su alcoba. A su alcoba vacía. ¡Que ganas esta noche de unos mimos!, piensa Rebeca, mientras va por el pasillo. ¡Que ganas esta noche de un “polvazo en condiciones”, joder!, casi grita Rebeca, siendo más sincera consigo misma.

- No sigas Rebeca, no sigas por ahí, se dice en voz alta. Pero no muy alta, no vaya ser que la oigan los vecinos y empiece a rumorear la vecinita del 5º.

Y entra en el baño. Enciende la luz y se mira en el espejo.

- Pero que pinta, Rebeca, si que estás tú para un polvazo con el pijama morado de Disney que llevas puesto. Anda que ya te vale, se dice sonriendo Rebeca.
- Por no hablar del pelo… y la cara.
- Anda, anda, tira para la cama.

Pero instintivamente y llevándose la contraria, se quita el pijama. Primero la parte de arriba. Después la de abajo. Ya no se acordaba pero lleva puesto un diminuto tanga negro con un slogan muy divertido, insertado en el triángulo que cubre el pubis: “I knowed by the Night Queen”.

- Pero mira que eres pueril, Rebeca, murmura por lo bajo, quitándoselo con rabia.

Apaga la luz del baño y enciende la de la habitación. Su cama vestida de azul la espera. Y Rebeca, como si fuera a entregarse al amor de su vida, entra en ella, dispuesta, despacio, dejándose envolver por el frescor y el roce de las sábanas de algodón. Se acuesta y empieza a alborotarse. Hace mucho que no lo hace. Hace mucho que no siente. Tal vez tenga la menopausia, ya más cerca de lo que cree. Sólo la palabra la pone nerviosa. Así que rápidamente aleja ese pensamiento fugaz que pasa por su cabeza.

- Esta noche no, se dice Rebeca.

Esta noche sentirá unas manos, e imaginará todas las caricias desesperadas que están por llegar.







She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.


Hace el amor como una mujer, ya lo creo que sí
Y sufre como una mujer
Pero se rompe como una niña.



A Bob Dylan le gusta particularmente esta canción. La compuso de gira en Kansas City en 1965 y con el paso del tiempo se ha convertido en la canción que más veces ha interpretado en directo. Esa mujer de la canción, "con su niebla, su anfetamina y sus perlas", canta Bob Dylan, era la modelo Edie Sedgwick.


Reina de la Factoría en el Nueva York de Andy Warhol, Sedgwick era una musa para cuadros, canciones, amantes y fiestas.

Murió en 1971, con 28 años, de una sobredosis de barbitúricos. Vivió su modo de vida hasta sus últimas consecuencias.



martes, 9 de febrero de 2010

¿Quién eres tú?

máscara teatro

Todos nos hacemos preguntas acerca de la vida de los otros. Preguntas de todo tipo y condición. Si somos sinceros con nosotros mismos habremos de reconocerlo.

¿En qué pensará Guillermo por las noches cuando se mete en la cama y apaga la luz? ¿Estará enamorado Xavi? Parece siempre tan triste. ¿Será Carlos feliz en su matrimonio? ¿Tendrá Laura un amante como dicen las “malas lenguas”? ¿Por qué habrá intentado suicidarse Ana, si parece que lo tiene todo?

Para satisfacer su curiosidad, algunas personas preguntan directamente a los interesados. Otras en cambio, investigan, sonsacan, indagan, espían, cotillean.  La meta es saber. Tener datos por el simple afán de tenerlos. O incluso, si hay maldad en la persona, usarlos en contra de los interesados si llegara el caso.

A mí me gusta ir más allá de las preguntas. Yo, imagino. Me invento sus vidas puertas para adentro, sus conversaciones, sus sueños...

Y con eso me basta.

 

Tal vez el título de la canción no os diga nada (como a mí, en un principio) pero seguro seguro que la conocéis porque es la sintonía de C.S.I.Las Vegas.

 

la_vida_de_los_otros 

Mientras escribía este texto recordé "La vida de los otros" (Das Leben der Anderen), una película que ví cuando se estrenó y que me dio mucho que pensar.

La vida de los otros es una película alemana ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2007, que supuso el debut como guionista y director de Florian Henckel von Donnersmarck. Asimismo fue galardonada con siete premios Deutscher Filmpreis (Premios del cine alemán) y fue candidata para los Globos de Oro en la Categoría de película extranjera.

 

sábado, 6 de febrero de 2010

¿Quieres saber un secreto?

 esp 
tal vez te gustaría ver mi rostro sin máscara, desvestirme delicadamente de los ropajes que ocultan mi cuerpo.

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tal vez te gustaría saber si tengo la edad que digo tener o por el contrario miento.

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tal vez te gustaría saber si mis pechos están todavía firmes o si mis caderas se acoplan a la forma de tus manos.

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tal vez te gustaría saber si duermo desnuda o si me masturbo por las noches en la oscuridad de mi cuarto.

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tal vez te gustaría mirarme por el ojo de la cerradura del cuarto de baño, mientras dejo que el agua de la ducha resbale por mi cuerpo o ver como bailo en la cocina con los ojos cerrados mientras espero que se haga la sopa.

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tal vez te gustaría saber quién se esconde de verdad detrás de la máscara, dónde vivo o qué hago los domingos por la tarde en la hora de la siesta.

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pero sólo Congo lo sabe, sólo él tiene la certeza de todos mis secretos.

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jueves, 4 de febrero de 2010

Si no tienes plan...

 

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Te propongo que vayas al cine a ver  AvAtAr.

No soy muy aficionada a las películas de ciencia ficción y tengo que decir que me resistí durante varias semanas a ir a verla. Si sucumbí fue ante la terca insistencia de Congo, que me decía (porque me conoce muy bien) que me iba a gustar. Y así ha sido. 

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El  sábado pasado nos llevó a P., a Senia y a mí al Centro Comercial de Los Rosales, en Coruña, para que la viéramos. Como él ya la había visto dos veces se fue, mientras tanto, a ver la película (The Hurt Locker) En tierra hostil de la cual salió plenamente satisfecho. Para muchos críticos esta película bélica americana, que narra las peripecias de una brigada de soldados estadounidenses dedicada a la desactivación de explosivos en Bagdad, es la mejor del año 2009.

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Jake Sully, un ex-marine parapléjico, ha sido reclutado para viajar a Pandora, un planeta donde habitan los Na´vi.

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El programa Avatar ha creado los humanos "conductores", que tienen sus conciencias unidas a un avatar, un cuerpo biológico controlado de forma remota que puede sobrevivir en el aire letal de Pandora.

Avatar de James Cameron, y En tierra hostil de Kathryn Bigelow, fueron elegidas candidatas al Oscar por la Academia de Hollywood, en la categoría de mejor película, entre otras como Malditos bastardos de Quentin Tarantino, Up in the air de Jason Reitman...

Curiosamente Cameron y Bigelow, que fueron pareja, también competirán (entre otros) en la categoría de mejor dirección por Avatar y En tierra hostil, respectivamente.

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La bella Neytiri.

A pesar del éxito en taquilla de Avatar en todo el mundo, y el triunfo de Cameron en la reciente ceremonia de los Globos de Oro en la modalidad de director, las opciones de Bigelow al Oscar son muy sólidas. La cineasta ya superó a su ex pareja, en los galardones anuales del Directors Guild of America (DGA) y se convirtió en la primera mujer en alzarse con ese premio.

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Siguiendo con Avatar, tengo que confesar que era  la primera vez que veía una película en 3D, así que todo era nuevo. La verdad es que sólo el hecho de poner las gafas ya te predispone a vivir y ver algo diferente. Para vergüenza de Senia, tengo que reconocer, que ya en los trailers pegué un "gritito" porque creí que una de las imágenes estallaba justo en mi cara. No fue un susto morrocotudo tan grande como para sufrir un ataque al corazón pero... Como suele decir siempre mi padre: "O medo é libre" (El miedo es libre).

 

miércoles, 3 de febrero de 2010

Gaviotas

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el día está gris,
las grúas son grises,
los barcos son grises,
las torres de luces son grises,
el tejado del taller de enfrente es de uralita
gris,
y el cielo está encapotado,
creo que va a llover.

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he comenzado a hacer
la estadística del paso de gaviotas por mi ventana.

tarea difícil,
no puedo contarlas todas yo sola,
me duele el cuello al torcer la cabeza.

¿y quién va a querer ayudarme a contar gaviotas?

pensarían que estoy loca
y no es eso,
solamente quiero hacerte un regalo.

ahora sólo hay una posada en un tejado,
esa no cuenta,
tienen que estar volando,
es la condición.

se ha marchado.

acaba de pasar una tan cerca del cristal
que parece que quisiera entrar dentro.

son enormes con las alas estiradas,
majestuosas, blancas,
planean haciendo círculos,
recorren caminos que no conocemos
y chillan.

¿quién sabrá a donde van las gaviotas cuando se alejan de aquí?

   3272176815_929c2f504f  las fotografías son de Luís Lorenzo