sábado, 31 de enero de 2009

Obsesión



No podía dejar de pasear por el pasillo como una posesa: arriba, abajo, arriba, abajo, mientras mil ideas luchaban desordenadamente en su cabeza. De entre todas una era la que más sobresalía: “Llámale... no seas tonta.”Encendió un cigarrillo, igual así se tranquilizaba un poco. Tenía que olvidar, aunque sólo fuera por unos instantes, aquella obsesión que estaba a flor de piel todo el día, la devoraba por dentro... No la dejaba vivir.Sólo conseguía un poco de sosiego al oír su voz cada mañana por las escaleras del edificio donde trabajaban juntos, o cuando jugaba a las excusas para tenerle cerca y así poder bucear a gusto por sus ojos, tratando de adivinar si él sentía lo mismo o algo parecido. Es que él era como una enfermedad. Sí, esa era la palabra exacta que resumía todo lo que estaba sintiendo.Se sentó en la mesa de la cocina, su lugar preferido para hablar por teléfono y marcó su número con el corazón acelerado y un leve temblor en las manos.

- ¿Está Tomás?

- Ahora le aviso, ¿quién le llama, por favor? –tal vez era su hermano el que contestaba.

- Una amiga.

- Tomás, al teléfono – dijo el desconocido.

- ¿Diga? –contestó Tomás.

- Hola, soy...

- ¿Laura? –dijo su nombre con sorpresa.

- No te enfades, por favor. Necesito hablar contigo, oírte.

- Laura, ¿qué quieres?, contestó Tomás un tanto malhumorado.

- Perdón, colgaré.

- No, no lo hagas. Espera. ¿Cómo te encuentras?, dijo Tomás un tanto más comprensivo.

- No sé que me está pasando pero no puedo soportarlo. No dejo de pensar en ti. Quiero vencer los pensamientos que me asaltan pero me pueden. No quiero hacerte daño. Tú sabes cuanto te aprecio. Pero me siento morir.

- Laura, Laura – contestó Tomás en un tono más íntimo y tierno. ¿Qué estás diciendo?

- ¡No sabes como te deseo!

- Laura, olvídalo.

- No quiero. Te deseo, Tomás.

- Laura -respondió Tomás, susurrando su nombre.

- Dime lo que llevas puesto en este momento.

- Laura, no me pidas eso.

- Dímelo. Necesito saberlo –dijo Laura empleando su tono más convincente.

- Llevo puesto el pantalón vaquero negro y la camisa de cuadros verde y granate. La misma ropa que llevé a la oficina esta mañana.

- ¿Llevas puesto el cinturón?

- Laura, estás loca.

- Contéstame, dijo ella en el tono más firme que encontró.

- Sí.

- ¿Y sabes que voy a hacer ahora? Desabrocharte el cinturón muy despacio. Ya está.

- Esto es una locura. Dime lo que llevas puesto tú -dijo Tomás nervioso.

- Sólo llevo puesto el albornoz. Me iba a dar un baño.

- Dime cómo es.

- Es blanco, con capucha.

- Desabróchatelo para mí.

- Ven a darme un beso primero.

- Me gusta como hueles... uhhhm!

- Voy a desabrocharte la camisa despacio, un botón, otro botón... Me pongo de puntillas para darte un beso en el cuello... Tú también hueles muy bien. Tu olor me resulta familiar. Bien, bien, ya están todos los botones, uhhhhm. Tu piel es tan suave como me la imaginaba.

- Yo también te he imaginado muchas veces... También te he deseado como te estoy deseando ahora.

- Sácate el pantalón. Desabróchate los botones despacio. Quiero verte.

- ¿Sabes una cosa? ¿Sabes por dónde te estoy besando ahora?

- ¡Oh, no! Lo siento, los niños se han despertado. Tengo que colgar ¡Mierda!

- ¿Laura? ¿Laura?

Laura se despertó con el ringgggggg del despertador. Estaba sudorosa y arrebolada. La manta estaba tirada en el suelo y las sábanas completamente enrolladas la una con la otra. Y lo primero que pasó por su mente al poner los pies en la alfombra para levantarse de la cama fue una pregunta:

¿Por qué habría soñado con él?


viernes, 30 de enero de 2009

Manifiesto por la Solidaridad





Si pincháis la foto podréis leer el Manifiesto por la Solidaridad, en el blog "Diario de Cornelius", promotor y divulgador de la idea.

Animáos y ponedlo en vuestro blog.



jueves, 29 de enero de 2009

Falsa apariencia




Photo by: El Porte - Bonheur (Photo net)

Mientras conducía de vuelta a casa, Marta iba diciéndose en voz alta:

“Tengo que decirle la verdad. Será duro para las dos pero no tengo otra salida. Tal vez lo entienda y me perdone. ¡Mierda! ¿Cómo va a perdonarme? No sé si podría perdonar yo algo así. No lo sé. ¡Joder! ¡Joder! Esta vez te has pasado Martita”

Aparcó el coche con cuidado, respiró profundamente, apagó las luces, el motor y salió. Decidió timbrar en vez de abrir con sus llaves. Así ya estaría esperándola. Elena le abrió la puerta y Marta entró al portal y llamó al ascensor. Ya sentía los nervios en la boca del estómago y conforme subía, su mente emitía imágenes confusas.

La puerta de casa estaba abierta pero Elena no estaba esperándola:

- ¿Elena?
- Pasa. Estoy hablando por teléfono.

¿Con quién podría estar hablando a aquella hora? Era tarde. Pensó Marta más intranquila, si eso era posible. Ya colgaba.

- ¿Marta?
- Estoy en el sofá
- Voy a coger un vaso de agua y ya voy
- Vale

Elena oyó el grifo del agua, el sonido del vaso y sus pasos que se acercaban tranquilos como siempre.

- Hola peque, ¿qué tal te lo has pasado?
- Bien, bien.
- ¿Has estado con tu amigo Raúl?
- No, no le he visto. Hoy tenía que trabajar por la tarde
- Lástima. Bien, pues ¿qué has hecho?

Marta, al ver la cara de Elena, se sintió incapaz de empezar el discurso que había ensayado previamente. No podía darle aquél disgusto. Elena lo había pasado mal, muy mal. Ahora empezaba a recuperarse. Saber la verdad la mataría. Se sintió más ruin que nunca, lo que no impidió que preparase instantáneamente, sin dudar, una gran mentira.

- Pues he estado por ahí de compras pero al final no me he decidido. Lo que me gustaba era muy caro y tampoco necesito nada en concreto. Ya tengo mucha ropa.
- Y ¿por qué no me diste un toque? Habría ido contigo
- Necesitas descansar. Y no te gusta ir de compras. Siempre me lo dices.
- Pero para unos días que estás aquí haría un esfuerzo
- Es igual, no importa. Y tú ¿qué hiciste?
- Tontear. Eché una cabezadita después de comer y estuve leyendo hasta hace un rato.
- ¿Qué tal te encontraste?
- Bien, a pesar de que no me ha llamado.
- No te preocupes por eso. Ya lo conoces. Te llamará, seguro.
- No sé, Marta
- ¿Qué es lo que no sabes? No quiero que pienses de ese modo. Has de mostrarte confiada. Tú vales mucho y él, que no es tonto, lo sabe. Seguro que...
- No sigas, por favor. No soporto tus arengas. La vida no es así tan bonita como la pintas. No puedo bajar la guardia porque cada vez que lo hago ya sabes como termino.
- ¡Ay, Elena! Eres una tontaina pero no sabes cuanto te quiero
- ¿A qué viene eso ahora? Tú eres la tonta. Odio que te pongas sentimental
- Es que sentí necesidad de decírtelo. Mañana me voy
- ¿Cómo qué mañana?
- He decidido adelantar mi viaje de regreso. Ya te comenté que igual me iba antes de lo previsto. Las despedidas me ponen muy nerviosa.
- No te vayas aún. Todavía te quedan vacaciones.
- Es lo mejor, créeme. Es necesario que recuperes cuanto antes tu soledad y te enfrentes abiertamente a su compañía.
- Lo sé, pero…
- Ya está decidido.
- Está bien. No insistiré.
- ¿Crees que debería llamarlo?
- Yo esperaría. Tengo la certeza de que te llamará porque…

Ring, ring, ring…

- Hola Álvaro – dijo Marta contestando al teléfono.
- ¿Está tu hermana?
- Sí, ahora se pone
- ¿Se lo has contado?
- No
- Entiendo
- Mañana me voy. Siento que no podamos despedirnos
- No importa
- Bueno, te la paso. Un beso

Mientras hablaban por teléfono Marta se sintió muy triste. Y muy culpable. Se estaba escapando pero no podría hacer otra cosa. Tenían una oportunidad y ella no iba a estropeársela. Oía a su hermana hablar por teléfono con una alegría que le desbordaba el pecho. Quería verla feliz por encima de todo porque se lo merecía más que nadie.

- Hola
- (…)
- No, no he salido
- (…)
- Vaya, ¡que casualidad! Mi hermana también estuvo de compras. ¡Que pena que no os hubiéseis visto! Se va mañana
- (…

Marta se levantó del sofá sin hacer ruído. Le dio un beso en la mejilla a su hermana y en bajito le susurró al oído:

- Me voy a la cama

Elena asintió con un gesto y siguió hablando con Álvaro sin sospechar nada.

Con el murmullo de la conversación de fondo Marta entró en un sopor somnoliento sin lograr conciliar el sueño del todo. Las imágenes recientes se agolpaban en su cabeza. Tardaría bastante tiempo en poder olvidar del todo y perdonarse por lo que había hecho. Contaba con ello.



martes, 27 de enero de 2009

¿Por qué será?

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Por más que lo intento, no dejas de colarte, a cada rato, entre mis tareas de oficina.

Tu cuerpo incrustado en mis retinas, aparece entre las líneas de los escritos y en el teclado del ordenador.

Así la “O” es tu ombligo por el que intento sumergirme sin éxito. Y la “B” y la “S” son tus besos blandos recién horneados. Y la “P” son tus pies. Fríos entre las sábanas blancas. Y la “A” es tu aliento, que esta mañana huele a café recién hecho…

Será tal vez porque me siento muy sola en medio de estos archivadores grises y obsoletos, y un tanto triste, por estos días de lluvias fuertes, vientos huracanados y recuerdos.

O será por ella.

Porque sus silencios diarios frente a mi mesa, se han convertido en pesada losa de mármol.

 

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Photo by: Lonewolf1966man 
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lunes, 26 de enero de 2009

La fuerza del mar

Domingo 25.01.09.

Querida Quela:

Hoy habrías cumplido 19 años y hemos ido a visitarte: tus padres, Senia y yo.

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El viento era tan fuerte que no pudimos acercarnos hasta tu acantilado. Hasta a las gaviotas les costaba volar.

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Nunca había visto el mar tan embravecido. Hasta se me dio por pensar que era tu modo de decirnos que estabas enfadada por haberte tenido que ir tan pronto.

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Y comprendería esa rabia si fuera tu estilo. Pero no eras así. Siempre intentabas sacar lo positivo de cualquier situación, incluso de seguro en ésta, tan difícil.

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¿O simplemente te dedicaste a jugar y decidiste hacer una fiesta de la espuma porque esperabas nuestra visita?

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Habrías disfrutado mucho con nosotros, viendo el mar así, tan furioso, tan desmesurado. Pero de algún modo sé que estuviste, orgullosa de lo mucho que tus padres te quieren. Y de Senia, que no te olvida.

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¡ Felicidades, Quela!

Porque para nosotros siempre vas a seguir cumpliendo años, sin envejecer en nuestra memoria.

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Y ahora es hora de volver a casa. Desandar el camino.

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                                                                      Y despedirnos.

                                                                      Una vez más.

 

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Fotos: Aldabra - Playa de Doniños - 25.01.09.

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domingo, 25 de enero de 2009

La fuerza del viento

 

Madrugada del día 24 de enero de 2009.

Aproximadamente sobre las nueve de la noche comenzó a soplar el viento más fuerte de lo que lo hizo durante el día, acompañado de agua y apagones.  A esa hora me encontraba en Fene. Hasta Ferrol, el trayecto por el Puente de las Pías (lo recordaréis de cuando se empotró en él, el barco "Discovery Enterprise" -13.01.1996) dura apenas 10 minutos pero ante la fuerza del viento, ya no me atreví a cruzarlo, obligándome a dar un rodeo considerable. Pasé mucho miedo en el coche durante el trayecto porque los contenedores se atravesaban por la carretera y la fuerza del agua me impedía por momentos ver la carretera. 

Recogí a Senia en casa de una amiga en el centro de Ferrol y nos vinimos a casa. Nos encerramos a cal y canto y escuchamos el ulular del viento muertas de miedo. Los apagones seguían y en vista de que ya eran las doce y el último apagón parecía que no terminaba, decidimos que nos iríamos a dormir. Senia dijo que dormiría conmigo porque se sentía más segura.

A mí se me encendió una luz y le dije: "Vamos, coge la linterna que subimos al trastero a ver si todo está bien" (una altura de 5 pisos). Al llegar nos encontramos que la velux del tejado había desaparecido y el agua llegaba hasta la puerta. Daba miedo estar en el trastero porque el ruido del viento era ensordecedor. Rápidamente movilizamos a los vecinos que nos ayudaron con fregonas, a secar el agua y a tratar de averiguar donde iba la velux. Se había girado completamente y estaba encima del tejado de pizarra.

Llamé a los bomberos, a la Policía Local, al 112 pero estaban todos saturados. Así que como  pudimos aseguramos la velux para evitar que se cayera a la calle y provocase algún desperfecto grave, colocamos cartones por el suelo y unas alfombras viejas que tenía en uno de los armarios para que empaparan el agua que caía.

Esta mañana el seguro de la comunidad me envió a un operario que con ayuda de otro vecino consiguió darle la vuelta a la velux y dejar más o menos tapano el hueco, asegurada de nuevo con cuerdas y taponados los laterales y holguras con plásticos porque hasta el lunes que el seguro consiga contactar con alguien que me reemplace la ventana quedará así.

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Así es la fuerza del viento: DESTRUCTORA

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Y así me encontré los alrededores de mi casa.

Polígono de La Gándara 

 

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Polígono de Caranza

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Árboles arrancados en los paseos, en los jardines.

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Pazo da Cultura - Concello de Narón (Palacio de la Cultura)

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Recién inaugurado el día 13.12.08

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El tejado estaba por los alrededores tirado por las aceras y por el aparcamiento que todavía está por terminar.

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Aunque ha sido una noche de muchos nervios y mucho miedo no hemos tenido que lamentar daños personales. Solamente han sido daños materiales que tienen solución, más tarde o más pronto. A esta hora: 23:08, todavía no tenemos internet y la Comunidad ha sufrido otros pequeños desperfectos: antena colectiva, unas puertas de las llaves del gas... pero nosotros, los vecinos de mi comunidad que siempre nos apoyamos en los momentos difíciles, estamos bien.

Congo, te echamos mcuho de menos.

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jueves, 22 de enero de 2009

Un punto de partida (2ª parte)

gaviotas

Ana se despertó demasiado temprano para no tener que madrugar. Alberto dormía todavía profundamente. Abrió el cajón de la mesilla para coger unas braguitas y lo más silenciosamente que pudo se dirigió a la cocina, no sin antes echar un vistazo desde la puerta de la habitación. Quería grabar aquella imagen de él entre las sábanas revueltas. Y no pudo evitar retroceder despacio y acercarse a olerlo. Quería retenerlo todo en su memoria por si aquello no volvía a repetirse. Era lo más probable. Pero no quería pensar en eso ahora. Disfrutar el momento; eso era todo cuanto tenía que hacer.

Echó un vistazo por la ventana y comprobó con agrado que saldría el sol tan esperado después de varios días de lluvia. Tal vez era una señal. Inconscientemente y en alto se dijo: “Anita, hija, mira que eres tonta... tú y tus señales... señales... déjate de chorradas”. Vivir sola le había hecho adquirir esa costumbre: hablar en alto consigo misma.

Encendió la cafetera y se fue a dar una ducha rápida. Mientras el agua caía sobre su cabeza, con los ojos cerrados trataba de recordar cada instante mientras hacían el amor. Y no paraba de oír su nombre en boca de Alberto: Ana, Ana... ¡Mierda! Le gustaba mucho y tenía que decirle adiós. Inevitablemente. Ya no había vuelta atrás. Ya no había lugar para el arrepentimiento.

Salió del baño y antes de dirigirse a la cocina volvió a pasar por la habitación. Se encontró con la mirada de Alberto. Se había despertado y permanecía pensativo en la cama que los había cobijado.

- Ven a darme un abrazo, sé buena conmigo –Ana se acercó a la cama y se sentó en donde le indicaba Alberto, que se había incorporado mientras le hacia una seña con la mano.

- Ay que ver que cariñoso estás por las mañanas. ¿Siempre te despiertas así?

- Tú eres la culpable de que esté tan contento. Aunque tengo que hablar de algo contigo.

- Pues tú dirás.

- Supongo que ya sabes de lo que quiero hablarte.

- De mis orgasmos.

- Bueno. En realidad me gustaría saber si te ha pasado por casualidad o hay algo más que yo deba saber.

- No te preocupes, Alberto. El problema es mío y sólo mío. Ojalá fuera algo casual. Y es muy largo de contar. Da igual, déjalo.

- No quiero dejarlo, Ana. Somos amigos desde hace tiempo y el hecho de que nos hayamos acostado nos une más. Sabes que te quiero mucho, no quizá de la manera que tú esperes de mí. Pero me importa todo lo que te pasa, todo lo que te preocupa. Debiste habérmelo contado. Tal vez no es tuyo el problema Ana. Tal vez sólo se trata de que no has dado con el amante adecuado. Bueno, suponiendo que sí puedas conseguir los orgasmos de otro modo.

- Venga, vamos a desayunar. Me muero de hambre. Seguimos luego.

- Está bien, como quieras. Yo también tengo hambre. Si no te importa voy a ducharme primero. ¿Tendrás un cepillo de dientes para mí?

- ¿Cómo no? Siempre tengo un cepillo dispuesto para mis amantes ocasionales. Es broma. Aunque es verdad que siempre tengo alguno en casa sin estrenar.

- Eres mi chica ideal.

- Y tú mi príncipe verde.

Alberto se levantó de la cama y se fue al baño. Y Ana se puso una camiseta, la primera que encontró en el armario y se volvió a la cocina a preparar unas tostadas. En menos de que canta un gallo Alberto estaba situado detrás de ella hundiendo de nuevo la cara en su cuello. Ana sintió que se le ponía la piel de gallina. Sus pezones se pusieron de punta y seguían así cuando se sentaron a desayunar. Se vio y se puso colorada. No pudo evitarlo. Alberto le quitó hierro al asunto haciendo como que no se diera cuenta de nada. Tenían un tema importante que tratar y no quería ponerla nerviosa. Suponía que no le sería fácil hablar de algo tan delicado y tan íntimo.

- Bueno, chica, puedes empezar. No omitas ningún detalle que pueda ser importante y no te avergüences. El cuerpo no es un reloj al que se puede dar cuerda y atrasarlo y adelantarlo cuando quieras.

- Pues verás. Yo puedo tener orgasmos. Cuantos quiera,como quiera y donde quiera. De todos los colores, de todos los sabores, de todos los olores... Excepto en ese momento ideal en el que son los dos amantes los que lo comparten. Puede ser antes de o puede ser después de. En ese justo instante según creo recordar sólo lo he tenido una vez.

- ¿Cuándo estuviste casada?

- Te va a parecer increíble pero apenas puedo recordar mis relaciones sexuales matrimoniales. Bueno, en realidad podría pero no quiero. Sólo puedo recordar que hice el amor demasiadas veces. Queriendo y sin querer. Suponía que yo debía complacer a mi marido y cuando no tenía ganas me las inventaba. A veces me sentía muy mal. Incluso provocaba las situaciones para que por la noche en cama me dejase dormir tranquila. Al final de nuestra relación ya no podía soportar que me pusiese un dedo encima. Llegué a aborrecer el sexo. Una vez ya separada pasé un montón de tiempo sin tener ningún tipo de deseo ni físico ni mental. Y lentamente aprendí a conocer mi cuerpo. Tampoco era capaz de masturbarme. Era terrible porque empezaba a tocarme y no sentía absolutamente nada. Pensé que mi cuerpo se había quedado vacío y jamás recuperaría lo que se suponía que debía de sentir con total normalidad. Poco a poco con el transcurso de los meses empecé a descubrir las caricias que me gustaban y a sentir como mi mente y mi cuerpo empezaban a reaccionar. Con una pareja hay algo que al final siempre me frena. No sé qué demonios es lo que me impide alcanzar el clímax a pesar de lo placentero que me resulta el acto amoroso en sí. Soy como una persona ciega. Sé que no puedo ver y por eso me esfuerzo en acrecentar el resto de mis sentidos. Tal vez yo disfrute más con los pequeños detalles que a los demás pasan desapercibidos. Una mirada, un beso, un susurro. Sé que no existe un final para mí y por eso me esfuerzo en que el preludio y el intermedio sean más interesantes.

- ¿Sueles decirles a tus parejas lo que quieres que te hagan o lo que te gusta?

- No. Normalmente me dedico en cuerpo y alma a proporcionar placer al hombre que está conmigo y que me gusta. Eso se me da bien. Recibir ya es otra cosa diferente.

- Ana, haces mal. Una relación es cosa de dos.

- Así serás tú. Pero sabes que la mayoría de los hombres van a lo suyo y en cuanto se suben al tren son incapaces de bajarse una parada antes sólo por el mero hecho de disfrutar del paisaje. Lo único que quieren es llegar. ¿Estamos de acuerdo?

- Sí y no. No todos somos como describes.

- Puede ser.

- ¿Me dejarías hacer una prueba? Sólo la haré si estás dispuesta y confias en mí. No voy a hacer nada que te disguste y en el momento que quieras pararé.

- No tienes que hacerlo.

- Ana, yo te deseo. No es ningún sacrificio. Me gustas más de lo que yo podía imaginar. En serio.

- ¿Te importa si pongo un CD?

- Estás en tu casa. Y yo soy hoy para ti el mago de la lámpara maravillosa. Todo lo que quieras te será concedido.

- Suena bien.

Alberto se levantó de la mesa y se acercó a Ana para cogerla de la mano y llevarla a la habitación parándose antes en el equipo de música. De pie en la alfombra le sacó la camiseta y se sacó a su vez el calzoncillo.

- ¿Tienes un pañuelo? Jugaremos a los ciegos. Te taparé los ojos. Tú sólo has de disfrutar sin preocuparte de mí. No existo. Es como si estuvieses sola y fuese tu imaginación la que te está proporcionando placer. Sólo tendrás que decirme lo que quieras si sientes esa necesidad y si no pues no dices nada. Es muy sencillo

- ¿Sirve éste?

- Es perfecto

Ana sacó de una caja que guardaba en el armario un pañuelo de seda rojo y Alberto se lo ató con suavidad sobre los ojos.

- ¿Ves algo?

- No

- ¿Te sientes bien?

- Confío en ti.

- Ven, acuéstate –le dijo Alberto, ayudándola a recostarse sobre la cama deshecha.

Se colocó a su lado y empezó a besarla del mismo modo que ella había jugado con él la noche anterior. Ana hundía sus dedos entre el pelo de Alberto acariciando con la yema de los dedos el cuero cabelludo, como si estuviese dándole un masaje.

- ¿Sabes que eso que estás haciendo es muy placentero?

- Tú tampoco lo haces nada mal -le dijo Ana mientras Alberto empezaba a besarle los pezones con el borde de los labios para pasar al siguiente instante a chupárselos como si fuese un niño pequeño amamántandose en el pecho materno.

Y caminó con sus besos por el cuerpo menudo de Ana hasta llegar a besarla en el pubis por encima de sus pequeñas braguitas blancas. Ella seguía acariciándole la cabeza y tocándole la cara con las palmas de las manos tratando de adivinar la expresión de su rostro. Y rozando sus labios. Alberto subió hasta ella y abrió su boca para empezar a chuparle la punta de los dedos de las manos, saltando de uno en otro golosamente, de arriba abajo. Y la dejó con el deseo contenido de volver a besarla en la boca y descendió de nuevo por su vientre para sacarle con toda la lentitud de la que fue capaz las braguitas. Le separó las piernas con cuidado y se acercó a besarla de nuevo. Ana sintió la humedad de su boca moviéndose con caricias precisas. Lamía su sexo como se lame una cuchara de leche condensada, o de chocolate, o de mermelada de frambuesa. Sentía que su cuerpo levitaba y entraba en otra dimensión donde no había límites ni fronteras, donde todo era blando y cálido.

Y como por arte de magia entró en ella. Ana no podría precisar cuál fue el momento exacto en que su sexo fue abandonado por la boca de Alberto para ser penetrado por aquel miembro cálido que llegaba hasta lo más profundo de sus entrañas. Y que jugaba dentro parándose, de movimiento en movimiento, sintiendo como su sexo latía y se contraía para que no se saliera. Tratando de retener entre sus piernas aquél fuego en el que era delicioso quemarse.

Y ninguno de los dos decía nada. Ana jadeaba y Alberto concentrado en desatar aquellas cuerdas que todavía la retenían a un pasado infeliz tampoco encontraba las palabras adecuadas. Los dos estallaron al mismo tiempo con un mismo grito contenido de placer, antiguo para Alberto y nuevo para Ana.

Alberto se echó sudoroso al lado de Ana, le desató el pañuelo y la besó tiernamente mirándose en aquellos ojos profundos que le decían que una luz se había abierto en aquel túnel oscuro que había dentro de su cuerpo y en donde se había perdido tantas veces sin poder encontrar la salida.

Y de nuevo se quedaron dormidos. Ana tuvo un sueño en colores. Iba con Alberto paseando en unas bicicletas azules bordeando la laguna. Las gaviotas que llegaban de la costa hasta allí formaban círculos en el aire y parecía como si estuvieran escoltándolos. Y Alberto, también soñó. Soñó que le decía a Ana gritando que no quería irse de su lado mientras jugaba a perseguirla en la playa por la arena mojada, a punto de ser pillados por las olas que llegaban para lamerles los pies descalzos.

 

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martes, 20 de enero de 2009

DeSeNcUeNtRo (1ª Parte)

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Buscaba pasión. Y por eso había marcado su número de teléfono. Un número que permanecía intacto en la memoria como si no hubiesen pasado los años. Conforme iba tecleando cada dígito sentía como la respiración se le aceleraba y aquel cosquilleo que empezaba en la boca del estómago para terminar en su sexo, la consumía con un calor irreverente. Se despertaban sentimientos que creía extinguidos.

Oyó el pitido del teléfono al otro lado. Uno. Dos. Tres veces. Y nadie descolgaba. Volvió a marcar de nuevo por ver si es que no había llegado a tiempo. De nuevo el pitido interminable. No estaba en casa. Y no quería llamarlo al móvil. Tal vez cuando volviese viera su número registrado en el teléfono y fuese él quien la llamara. Tal vez.

Se levantó del sofá y fue hacia la cocina. Sus planes habían sido echados por tierra en un segundo. Necesitaba verlo. Era un deseo imperioso que la estaba consumiendo desde hacía días. No podía pensar en otra cosa. Su cuerpo y su mente lo deseaban día y noche. No dejaba de pensar en cómo serían sus besos, sus caricias, en cómo susurraría al oído su nombre... Era una insensatez, un desatino. Pero él era todo lo que quería. Sentirlo en ella igual que late la sangre en una herida abierta. Y sabía que él estaba dispuesto. Se lo había dejado muy claro la última vez que coincidieron de copas. Sólo tenía que hacer esa llamada, y antes de que se marchase de la ciudad. No tenía mucho tiempo. Una semana.

Decidió salir a la calle a dar un paseo. Estaba desasosegada. Llamaría de nuevo a la vuelta. Cogió el bolso, cerró con llave y bajó las escaleras despacio. Iría al centro comercial. Se dejaría seducir por aquel conjunto de ropa interior blanco que había visto la semana pasada. Y lo compraría para él.

Después de caminar cinco minutos llegó a la tienda de lencería y pidió a la dependienta que le enseñase el conjunto. Suerte. Había su talla. Y se lo probó. Era precioso y no le sentaba nada mal ahora que estaba morena. Realzaba sus pechos. No pudo dejar de acariciar con la yema de los dedos el escote, el vientre y la tela bordada. Los pezones se pusieron de punta, la piel se erizó y un escalofrío la despertó de aquél instante llevándola a la realidad del probador minúsculo. Salió y entregó la tarjeta a la dependienta para que le cobrase. Entró a tomar un café y echar un vistazo al periódico. Por la noche televisaban una película que había visto en varias ocasiones pero que le gustaba siempre como la primera vez: “Elegir un amor”. Cambell Scott o Scott Cambell, como quiera que se llamase estaba impresionante. Incluso con el pañuelo en la cabeza para disimular su calvicie. Eso sí, cada vez lloraba más que la anterior. Un amor que se escapa de las manos, una vida que se apaga, un sueño que se difumina con la pérdida de la ilusión. Una historia triste con final, sino feliz, sí esperanzador.

Volvió a casa. Antes de nada fue a ver el teléfono para comprobar si había llamado alguien. Nada. La luz del aparato seguía apagada como cuando salió a la calle. Y volvió a marcar. Un primer pitido y:

- Diga
- Alberto, soy Ana
- Sí, te he reconocido. ¿Qué tal?. Acabo de llegar ahora mismo a casa. He visto tu número. Iba a llamarte ahora después de hacer un pís.
- Pues venga, ve al baño que te espero.
- No sabes como te lo agradezco.
- Estás en tu casa.
- Cuelga que te llamo yo en un momento
- Vale

Colgó y los minutos se le hicieron interminables hasta que el teléfono sonó de nuevo. ¡Dios!, ¿qué iba a decirle ahora? De pronto lo que antes tenía tan claro se envolvía en dudas y cavilaciones.

- ¿Ana?
- Hola, aquí estoy.
- Pues tú dirás
- La verdad no sé por dónde empezar
- Soy todo oídos. Cuéntame lo que quieras. Me encantará oirte.
- En realidad no tengo nada que contarte. Bueno, sí.
- Ay, Ana. Desmelénate. Dime lo que de verdad quieres decirme y no te cortes. Ya no somos unos niños. Me encantaría, que antes de irme, me descubras la mujer que vive en ti. Siempre dejas que se asome unos centímetros por el balcón y luego la escondes como si estuvieses jugando con una marioneta de un guiñol.
- Muy gráfico. Yo no lo habría explicado mejor. La verdad es que quería...
- ¿Echar un polvito?
- Joder, Alberto... eres un demonio. Dicho así va a parecer que estoy desesperada por acostarme contigo.
- ¿Y no es así?... Es de broma, tonta. No te asustes. Sé lo que quieres encontrar. Igual que sabes tú que yo no puedo darte todo lo que buscas. Mira no quiero hacerte daño pero Dios sabe que me encantaría hacer el amor contigo. En realidad es lo que más desearía en este momento.
- ¿Por qué estás tan seguro de todo?
- Yo no estoy seguro de nada. Simplemente sigo mis instintos y leo los tuyos en tus ojos cuando me miras. Y no lo digo con pedantería. Lo que sientes por mí me parece un regalo que no merezco pero el destino ha cruzado nuestros caminos. Y yo no voy a dejar de correr ese riesgo.
- ¿Qué riesgo? Tú mismo me has contado muchas veces que no piensas enamorarte jamás. Que “esos rollos” no van contigo. Que tú eres un espíritu libre y todas esas pamplinas que suenan bien pero con las que no estoy conforme.
- Un día el amor me puede pillar con la guardia baja.
- Además, te vas en una semana.
- Por eso, Ana. Verás, yo no iré a buscarte pero si tú vienes no te rechazaré. Ya lo sabes. No te engaño.
- Yo no puedo ir. Y tú también lo sabes. En cambio, si vienes tú... te dejaré entrar. ¿Por qué no vienes a cenar? Mañana entro de tarde y sé que tú ya estás de permiso con el traslado.
- ¿Me espías?
- Encontré a tu amigo Marcos ayer en el hiper y me lo dijo.
- Está bien. En una hora estoy ahí.
- Trae vino, por favor, no tengo en casa.
- Eso está hecho. Hasta luego.
- Hasta luego.

Encargaría la cena por teléfono a la pizzería de la esquina. Preparaban unas lassagnas exquisitas y así tendría tiempo de darse un baño. Eran las ocho, encargaría la cena para las diez y así le quedaría un margen de una hora para charlar y tomarse un vino. Hizo la llamada, puso la mesa en el comedor, encendió el equipo de música y se fue al baño. Y dejó que el tiempo pasase sin prisa saboreando cada burbuja de jabón que resbalaba por su cuerpo. Con los ojos cerrados sentía la caricia del agua caliente saliendo con fuerza de la cebolleta de la ducha y golpeando su cuerpo hasta dejarlo encarnado. Y se dejó envolver por aquél olor a amapola, té verde y mandarina.

El timbre de la puerta la sacó de su ensimismamiento. Y su corazón bombeó un latido brusco. ¿Quién sería? ¡Mierda!. Lo más rápido que pudo envolvió el pelo en una toalla pequeña y se puso el albornoz y las zapatillas. Y se acercó a la mirilla de la puerta. Seguro que era cualquiera que venía a ofrecer un seguro o a dejar una revista que nos advertía de que el mundo iba a acabarse. No había acertado. Giró la llave y abrió.

En el felpudo estaba Alberto con la botella de vino tapándole la cara y su sonrisa:

- Sabía que si venía antes de tiempo todo sería más espontáneo y así podría echarte una mano... para... preparar la cena.
- Mira que pinta tengo.
- Estás preciosa. ¿No vas a dejarme entrar?
- Pasa. Me vestiré enseguida –dijo Ana, dirigiéndose a su habitación.
- Bueno, la verdad es que así te veo perfecta.

Dejó la botella de vino encima de la primera mesa que encontró a mano y se acercó a Ana por detrás, abrazándola y la olió en el cuello, hundiendo allí su cara. Y desabrochó el nudo de su albornoz dejándoselo caer lentamente por los hombros hasta dar en el suelo. Giró a Ana lentamente hasta quedar frente a frente. Le sacó la toalla que le enroscaba la cabeza con una mano mientras con la otra le despeinaba el pelo corto de chico y dio un paso hacia atrás para verla un poco más lejos. De cuerpo entero. Alberto vio un cuerpo bonito en el que destacaba el triángulo del pubis oscuro y rizado más blanco que el resto de la piel. Y se acercó a besarla suavemente en la boca mientras la cogía en brazos para llevarla al dormitorio. Era un apartamento pequeño y las puertas estaban todas abiertas.

Ana no había articulado palabra pero él no se había dado cuenta. La depositó encima del edredón mullido con cuidado y empezó a desnudarse. Ana se incorporó porque no quería perderse ni un solo detalle de aquel cuerpo que había imaginado tantas veces mientras el deseo se manifestaba en la humedad de su sexo y en aquel calor inconfundible.

Cuando Alberto terminó de desvestirse tiró de los pies de Ana, despacio, dejándola de nuevo en posición horizontal. Y se echó a su lado apoyado sobre un codo, mientras con la otra mano recorrió su cuerpo, rozándolo suavemente con la yema de los dedos. Ana miraba la escena como si fuese una espectadora atónita y le dejaba hacer. El arqueo de su cuerpo delataba cada caricia.

Y Ana sintió la necesidad de tomar las riendas de la situación y empujó a Alberto para que fuese él quien se quedase en posición horizontal y se sentó a horcajadas sobre su sexo dejando caer el peso de su cuerpo sobre él, sin introducirlo. Y empezó a besarlo con besos pequeños. Jugando. Se acercaba a su boca para escaparse cuando él estaba a punto de responder al beso. Hasta oir como le pedía:

- Ana, por favor. Bésame. No seas mala, bésame.

Y entonces los besos fueron haciéndose más húmedos. Como chupones. Por los ojos, por el cuello, por la barbilla, rozando los labios de paso... dejándolo una y otra vez con el ansia de probar su boca por dentro. Sentir el roce de los dientes con la lengua y el sabor de su saliva. Y siguió besando su cuerpo. Alberto acariciaba sus pechos y jugaba con los pezones mientras ella besaba su bajo vientre. Su miembro estaba totalmente derecho cuando ella se lo llevó a la boca para chupárselo como si fuera una piruleta de fresa. Se lo metía en la boca y se lo sacaba para besarlo y lamerlo y volver a chupárselo con fuerza hasta mordérselo despacio.

Y volvió de nuevo a su boca dejando ahora que él la besara como estaba deseando. Con la pasión contenida del deseo de tantos meses atrás. Ana seguía sin decir nada mientras oía a Alberto como susurraba en su oído cuánto le gustaba.

Todos los hombres eran iguales. En cada acto de amor se enamoraban de la mujer con la que estaban mientras le daban placer. Y después.... después. Todo lo que importaba venía después. Después del sexo. Después del amor. Desechó ese pensamiento estúpido mientras introducía el pene de Alberto en su cuerpo. Quedaron así acoplados sintiendo un placer lacerante que les quemaba. Él tampoco podía ocultarlo. Sí, ella también había visto en sus ojos. También vio en sus ojos cuando empezó a moverse. Y escuchó sus gemidos y su nombre en su boca: Ana, Ana... Y ella se movía y se movía. Sorda. Y ciega. Había cerrado los ojos para ver su cuerpo por dentro. Aquella oscuridad salpicada por multitud de luces que se hacían más intensas cuánto más intenso era el grado de excitación.

Hasta que de pronto las luces se apagaron y de su garganta brotó un te quiero contenido y un sollozo ahogado. Él había alcanzado el orgasmo mientras ella había sentido como si hubiese subido a la montaña rusa y se hubiese quedado suspendida en el aire cabeza abajo.

Salió de su cuerpo con sigilo y se enroscó a su lado en posición fetal. Alberto la abrazó mientras le acariciaba el pelo. Subió el edredón para que no la cogiese el frío.

Y Ana se sumió en un sueño profundo, blanco. Y Alberto, también dormido, soñó que estaba en un parque jugando en los columpios con un niño pequeño que tenía el cuerpo menudo como Ana, y los ojos de Ana y la misma candidez en la sonrisa.

 

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lunes, 19 de enero de 2009

Como el día

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El día está frío, ventoso.

Y llueve.

Y al igual que revolotean las hojas secas,
atravesando las calles sin miedo al tráfico,
también a mí me vuelan por dentro
pensamientos de desánimo,
en completo desorden.

Y ora se abrazan,
ora se pelean,
y más tarde se amontonan
en uno de los rincones oscuros de mi cabeza.

Y sus puntas agudas me pinchan por dentro
las sienes, los ojos,  
como si fueran cristales rotos
que se clavan en las yemas de los dedos.

Y Congo
que me nota ausente y dolida,
me pregunta:

¿Tomaste la pastilla?

 

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Fotos: Aldabra

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domingo, 18 de enero de 2009

El primer paso

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"Two friends" - Mehmet Akin

 

17.01.09

 

Querida Nati:

Si soy sincera no sé por donde empezar esta carta pero lo que sí sé es que tengo que escribirla, o de lo contrario me ahogaré. Hace mucho tiempo que siento la necesidad de hablarte y no encuentro el momento ni reúno las fuerzas, así que pensé que escribirte sería más fácil. Ya sabes que siempre se me dió mejor expresar mis sentimientos ante un papel.

Es que no puedo dejar de pensar en nosotras. Después de tantos años de amistad y de haber estado tan cerca y ahora míranos: Nos sentamos la una en frente de la otra, día tras día en la oficina y ya no tenemos nada que decirnos. Si te pregunto algo, contestas con monosílabos o frases cortas... Me desespero pensando en lo que pudo haber pasado para llegar hasta esta situación. ¿En qué momento dejamos de ser las que éramos y pasamos a ser simplemente dos conocidas, dos compañeras de trabajo más?

Ahora voy a aprovechar para confesarte algo: Nuestros intercambios de regalos navideños fue de lo más hipócrita que hicimos en todo este tiempo. Tú fuiste la primera y yo te devolví el gesto pero no lo sentí. Y creo que tú tampoco, es lo que siento. Porque hubiera preferido mil veces más una llamada el día de mi cumpleaños que el objeto material de turno que se compra con dinero.

¡Estoy tan triste!

Ayer por la noche todavía le conté a Congo lo de aquella vez, ¿te acuerdas? Era uno de esos días míos muy malos y tú me acompañaste a la terapia y al volver, ya tarde, decidiste quedarte a dormir conmigo y mientras me quedaba dormida me abrazaste para que estuviera tranquila y no tuviera miedo.

Y ahora entre nosotras hay todo un desierto.

No puedo más que llorar cada vez que pienso en todo. Creo que no seremos capaces de volver al lugar donde un día nos encontramos. En el par de ocasiones que intenté sonsacarte qué te pasaba conmigo, me dijiste lo mismo: las preocupaciones, el trabajo, que ahora estaba Congo y ya no te necesitaba tanto, que ahora ya estaba mejor de salud...

Pero, ¿sabes?, tu cariño no lo ha suplido nadie. Simplemente no lo tengo. Y siento un vacío que no sé como llenar.

Me siento mal. Quería que lo supieras. 

No sé como despedirme, perdóname.

lonely tree 

"Lonely tree" - Mehmet Akin

 

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Esta tarde descubrí en el blog de "Toupeira toupeiro", una entrada con una anécdota que dejé en su blog hace un tiempo. Os invito a visitar su blog y leerla.

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miércoles, 14 de enero de 2009

Sin querer

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"Les tables de café" - Gunnar Vahrt

 

No le gustaba escuchar las conversaciones ajenas pero debido a que en aquella cafetería estaban las mesas demasiado pegadas, no pudo evitar oír gran parte de la conversación que mantenían aquellos dos hombres de mediana edad, sentados en la mesa contigua a la suya:

- Entonces ¿Por qué has vuelto con tu mujer? Es que no lo entiendo.

- Si soy sincero volví por su constancia, por mi pena y porque quise creer en sus palabras de que todo iba a cambiar.

- Estás arrepentido?

- Dificil contestación... No puedo contestarte. Sólo trato de vivir el día a día sin hacerme demasiadas preguntas. Sigo, simplemente. Sé que pocas cosas han cambiado pero mi tiempo todavía no ha llegado. Digamos que me he resignado, por el momento, a vivir así.

- Eso es muy jodido.

- Lo es.

Aquellas palabras prendieron mecha en su cabeza y ya no podía pensar en otra cosa: su insistencia, mi pena…

De pronto se imaginó la vida de aquella pareja. El tenía cara de buena persona y un aspecto físico cuidado. Fumaba y en su cara había un toque de resignación que no ofrecía dudas pero al mismo tiempo se veía una ligera chispa en sus ojos que sería su refugio para olvidarse de lo que le hacía infeliz. Eso era al fin y al cabo lo que hacíamos un poco todos ¿Por qué se habría ido de casa?... Porque si había vuelto sería porque todavía la quería lo suficiente como para luchar un poco más, aunque fuera a costa de renunciar a muchas cosas ¿O habría vuelto por miedo? Muchos no abandonaban sus vidas del todo por miedo.

Y siguió escuchando un poco más.

- Cuando estaba solo era feliz simplemente porque vivía en paz. Ella me asfixiaba, me atosigaba tanto que no tuve otra opción que irme. Era un tormento. Broncas continuas… día tras día y noche tras noche. Celos absurdos. Ya no manteníamos relaciones sexuales.

- Pues no lo entiendo.

- Los sentimientos son muy complicados. A veces te sientes solo, no tienes quien te dé ese pequeño empujón, esa persona que te ayude a volar, que te diga: “Adelante, hazlo. Puedes contar conmigo”. Podrían haberlo hecho mis hermanos, mis padres, tú mismo si me hubiera desahogado contigo... Pero, ya sabes. En general, las personas somos reticentes a los cambios, no queremos que nada perturbe nuestras vidas... por comodidad... por no salir salpicados. Ha sido un poco de todo.

- Debiste haber confiado en mí. Te habría apoyado en tu decisión, cualquiera que fuese.

- Me estás ayudando ahora escuchándome. Gracias.

- No hablo de ahora, hablo de esos momentos.

- Ya soy mayor para tomar mis propias decisiones y cada uno tiene sus propios problemas.

- Pero los amigos estamos para las duras y las maduras ¡Joder! Parece mentira.

- Bueno, ya pasó.

- En fin, tú ya sabes que…

Podía sentir su pena. Parecía sincero. Había tanta melancolía en su voz... Se presentía que la había querido mucho, que todavía la quería.

Le entraron ganas de levantarse, acercarse a ese desconocido y decirle algo como: “No te conformes, aún estás a tiempo”.

Y sin querer se cruzaron sus miradas. Ella le sonrió y Él le devolvió también la sonrisa. En su gesto había ternura y complicidad, como si intuyese que ella les había estado escuchando. Fue sólo un instante, un instante en el que ella intentó transmitirle lo que sentía por dentro.

La amiga que estaba esperando entró en la cafetería, se aproximó a la mesa y su mente volvió a la realidad con los dos besos ruidosos que le estampó en la cara. Era muy cariñosa. Al poco rato ya estaban hablando de cosas de la vida cotidiana: el trabajo, los hijos, la familia…

Pero tardaría tiempo en olvidar aquella cafetería, aquellos dos hombres, aquella conversación y la complicidad que existió por un instante con aquel extraño.

 

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martes, 13 de enero de 2009

De lunares y otras hierbas

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"Nina" by Backjumps (Flickr)

El hecho de que tuviera un lunar, en el dedo meñique de la mano derecha, no le pareció importante.

A él, lo que de verdad le gustaba era que en el verano, se pusiese a dar volteretas en la playa, sin importarle la gente, tan desenvuelta como si fuera un niña pequeña. 

Tenía 45 años pero nadie se los echaba.

 

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domingo, 11 de enero de 2009

Hoxe (I)

 

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Hoxe espertei cun cansanzo vello percorréndome o lombo, o peito, os pés murchos. 

Ti estabas o meu carón, rindo.

Entón sonou o timbre do despertador tolo.

E vín os libros estrados pola alfombra azul, e a luz da mañá que estaba a entrar pola fiestra.

Dín unha volta na cama cara o teu lado e voltei á realidade de súpeto.

Había xa dous anos que esparexera as tuas cinzas nas augas do porto.

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Hoy desperté con un cansancio viejo recorriéndome la espalda, el pecho, los piés marchitos.

Tú estabas a mi lado, riendo.

Entonces sonó el timbre del despertador loco.

Y vi los libros revueltos por la alfombra azul y la luz de la mañana que estaba entrando por la ventana.

Me di la vuelta en la cama hacia tu lado y volví a la realidad de repente.

Hacía ya dos años que esparciera tus cenizas en las aguas del puerto.

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Foto: Aldabra

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viernes, 9 de enero de 2009

Monólogo de Reyes

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A una madre como la mía, una de esas tantas madres dedicadas, abnegadas, entregadas, obsesionadas por nuestro cuidado, etc., nunca se le debe de decir cosas tales como:

- ¡Que bonito! ¿Dónde lo compraste?

- Parece muy práctico.

Error.

Horror.

Porque de la noche a la mañana te puedes ver envuelta en una nube de utensilios y cosas en general que maldita la falta que te hacían porque tú te las arreglas muy bien solita, haciendo tus propias compras de las cosas que realmente quieres y necesitas.

Y más nube de cosas te pueden caer si lo que se festeja es el Día de Reyes. Ese día ya es el "despiporre" total. 

Mi madre ya sabe que yo no festejo el Día de Reyes pero a ella le da igual. Como dice un refrán: Madre no hay más que una y en mi casa mando yo... ejem, ejem...

Vale, en algunas pequeñeces mi madre impone su criterio y yo la dejo. Más me vale, la verdad, o de lo contrario me tocaría discutir con ella hasta el día del juicio final. Y no compensa. Hago como que tiene razón y a otra cosa mariposa o si te he visto no me acuerdo o este cura no es mi padre.

Pues el caso es que el Día D (Reyes), a la Hora H (12 horas), en la cocina de mi casa, me las tuve que ver con una enOrme bolsa de papel de navidad, con dibujo de Papá Noel incluído, llena de pequeños paquetes de diferentes colores y con más motivos navideños.

¡¡Que nervios!! Ni se lo imaginan.

Y empieza la tómbola, el festival de premios: ¡¡Que alegría, que alboroto, me ha tocado el perrito piloto!! 

No, no me ha tocado el perrito piloto pero casi. Me ha tocado... Tachán, Tachán...

¿Están preparados?

1º. Un exprimidor de mano de acero inoxidable de la mejor calidad. Yo ya tengo en casa un exprimidor eléctrico y una licuadora pero nunca se sabe lo que a una le puede hacer falta. Igual un día a las 3 de la mañana se me ocurre levantarme para hacerme un zumo de naranja y pomelo y así pues, como que con este exprimidor manual, no hago ruido.

2º. Una pala de madera para la plancha. Tengo ya unas 445 palas de todos los tamaños y medidas pero la que me regaló ahora mi madre es mucho más mejor, ¡donde va  parar! Es de una madera buenísima.

3º. Un cocinero de tela para meter las bolsas plásticas. El invento del siglo, dijo mi madre, orgullosa de sí misma por poder hacerme a mí partícipe de su dicha.(Véase fotografía superior. Le he añadido nieve a la foto para que haga más bonito).

4º. Unos pantys negros con un dibujo muy discreto que van bien con cualquier faldita. Y fíjense, con los pantys acertó plenamente porque unos pantys nuevos en la recámara, nunca vienen mal.

5º. Y último. Es el regalo que más me ha cautivado. Una manopla ecológica para limpiar el polvo, de color naranja como mi blog. Claro que mi madre acertó en el color de casualidad porque a mi madre eso del blog le queda lejos. La cosa es que a mí la manopla me da un poco de "yuyu" porque  en las instrucciones dice que tiene captura de polvo por infrarrojos, deslizamiento láser, "guaterpruf", guaterresistant" y mirada telescópica. ¡Es que con tantas cosas es como para tener miedo, no me digan! Fíjense, ya estamos a día 10 y todavía no he reunido el valor suficiente para probarla porque ¿y si la manopla me arrastra por toda la casa como un juguete diabólico y no me deja en paz hasta que no quede ni una mota de polvo?

No sé. Llevo tres días de pesadillas y sigo sin tener claro el tema éste de la manopla.

Y es que las madres no se enteran, al menos la mía. Porque yo no quiero sacar el polvo. El polvo está bien donde está. Lo que de verdad quiero es... Acérquense un poco que no quiero decirlo muy alto: "Lo que quiero es echar un polvo".... Schtssss!, no se lo digan a nadie. Sé que está mal porque una es muy decente pero la carne es débil. ¡Y con este frío que hace! ¡Que digo frío! ¡Con la nieve que se está cayendo!... Dos cuerpecitos así... calentitos... Uhmmmm!... No sigo que me enciendo.

Pero claro, yo ésto a mi madre no puedo decírselo. No puedo tirar por la borda tantos años como los que ha empleado en hacerme un pedestal a la medida de mis milagros y reconocimientos públicos. Jamás me lo perdonaría. Porque para ella soy la mejor.

Santa Aldabra del Norte.
Ruega por nosotros.  

 

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¡Que ya me he acordado del refrán!
Madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle.

 

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Foto: Aldabra

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miércoles, 7 de enero de 2009

Vete y Vive

Hana vive en un campo de refugiados, improvisado en el medio de la nada. Es un número más entre las miles de personas hacinadas, que durante todo el día no tienen otra cosa que hacer, que no sea rumiar la hambruna y tratar de digerir los muertos que se han quedado en el camino.

Hana es una superviviente. Por eso cuando llega a la tienda de la Cruz Roja, con su niño en brazos, ya sabe lo que le espera. En la mirada del médico adivina todas las palabras que no va a escuchar. Y mientras recibe agradecida, la mano del hombre que aprieta con fuerza la suya,  acepta lo irremediable.

El médico cierra los ojos al pequeño.

Y a Hana ya no le quedan lágrimas que derramar. 

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Este pequeño relato lo escribí después de ver la película. Os la recomiendo porque no os dejará indiferentes.

vwete y vive  

Título original: Va, vis et deviens

Dirección: Radu Mihaileanu
Países: Francia e Israel
Año: 2005
Música: Armand Amar

madre 

SINOPSIS
Una madre cristiana convence a su hijo de 9 años (Schlomo) para que diga que es judío y así salvarle de la hambruna y de una muerte segura. El niño llega a la Tierra Prometida. Oficialmente es huérfano y le adopta una familia sefardí francesa afincada en Tel Aviv. Schlomo descrubrirá el amor, la cultura occidental, el judaísmo, el racismo y la guerra en los Territorios Ocupados. Se convertirá en judío, israelí, francés y tunecino, una auténtica torre de Babel humana. Pero lo que nunca olvidará será a su auténtica madre y siempre soñará con encontrarla de nuevo.

 

scholomo     sara

HISTORIA

1984. Miles de refugiados africanos procedentes de 26 países llegan a los campamentos de Sudán.
A instancias de EE.UU e Israel, se puso en marcha un vasto proyecto (Operación Moisés) para llevar a los judíos etíopes (Falashas, una palabra procedente del antiguo etíope que significa "extranjero", "sin tierra") a Israel, cuando por fin se reconoció que eran descendientes del rey Salomón y de la reina de Saba, poniendo fin así a una larga controversia.

La operación empezó en noviembre de 1984 y finalizó en enero de 1985.

Este primer puente aéreo salvó a 8.000 judíos etíopes, aunque 4.000 murieron asesinados, torturados, de hambre, de sed o de agotamiento en el camino entre Etiopía y Sudán.

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Los falashas siempre pensaron que llegarían a Jerusalén ya que está escrito en la Torá que regresarían a Tierra Santa en las espaldas de una inmensa águila, por eso no les asustó subirse a un avión.

sinopsis
Después de la caída del régimen militar comunista etíope en 1991, tuvo lugar una emigración masiva desde la capital Addis-Abeba mediante otro puente aéreo. Organizada por Israel, la llamada "Operación Salomón" llevó a 15.000 judíos etíopes a Israel en 36 horas.

El DIRECTOR
La denuncia que hace el director rumano de la intolerancia no podía tener un sujeto más exótico y novedoso que el de estos "falasha", atacados por su religión y considerados inferiores por el color de su piel. 

Los judíos etíopes tienen una particularidad única: son los únicos judíos entre los negros africanos, y los únicos negros entre los judíos, en toda la historia de la humanidad.

Radu Mihaileanu conoció  un judío etíope en un festival de cine en Los Ángeles que le contó su epopeya, el viaje andando hasta Sudán, donde su vida peligró, los campos de refugiados y la acogida en Israel.

Emocionado y sublevado porque no se hablara más del asunto, se puso a reflexionar sobre ello durante 5 años, los cuales aprovechó para documentarse, hablar con personas implicadas en la "Operación Moisés", etíopes, miembros del MOSAD (Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel), Fuerzas Aéreas, Ejército de Tierra, historiadores, sociólogos, a Gadi Ben Ezer (el único psicólogo que ha sabido traspasar el  el misterio del alma etíope) y a varios etíopes no judíos que viven en Israel de forma clandestina.   
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MAKING OFF
Denominado en español "cómo se hizo", se trata de un montaje en el que asistimos al proceso interno de realización de una película. Se asiste al rodaje, creación de los efectos especiales si fueran necesarios, así como a los momentos de montaje y postproducción necesarios para la consecución de la película. Está sazonado con comentarios de los responsables técnicos y los protagonistas de dicha película. Su fin es principalmente promocional o como acompañamiento a las distribuciones en DVD o formatos similares.

Sin embargo en este caso es tan imprescindible como la propia película.
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MÚSICA
La música encarna la parte invisible de un personaje o de una película. El compositor Armand Amar, que también trabaja para Costa-Gavras, ha sabido ser minimalista para adaptarse al estilo documental, y mucho más amplio, más épico, en las escenas líricas. La genialidad de Armand fue mezclar las voces, el chelo y los sonidos rugosos e imperfectos del duduk, un instrumento armenio tradicional, con una orquesta clásica. El duduk representa muy bien a África y la nostalgia de la tierra; la voz cuenta la odisea de una mujer que busca a su hijo; el chelo expresa la locura de la guerra, la injusticia de los campamentos, y la orquesta nos lleva a la civilización occidental. La música es una metáfora de la profunda mezcla de identidades de Schlomo. Por muy diferentes que sean los instrumentos y los elementos, gracias a este niño que va creciendo, componen una sinfonía.