lunes, 21 de enero de 2008

Oviedo


Querido Congo:

Voy de viaje de regreso, escuchando música en los cascos. Aislada por un breve espacio de tiempo. Hace un día soleado y una temperatura agradable. El fin de semana no ha dado para mucho pero sirve para desconectar de la realidad cotidiana y ver las cosas desde otra perspectiva.

Oviedo es una ciudad magnífica. Estoy impresionada gratamente. Todos los monumentos históricos bien conservados, estatuas por cualquier rincón, jardines llenos de tulipanes de colores, fuentes… Y por la noche todo se ilumina y los edificios de piedra lucen majestuosos. Espero que hayan salido bien las fotos porque disfruté como una niña pequeña disparando a diestro y siniestro. Ya las verás.

Me hubiera gustado recorrer las calles de la zona monumental contigo porque tienen mucho encanto e invitan a las demostraciones afectuosas. El sábado por la noche vi a una pareja joven besándose en la terraza de una sidrería. Era de uno de esos besos a los que tú les dices que no son de “propósito general” y tengo que decirte que sentí una envidia terrible. Sana, eso sí. No quería mirar para ellos pero no pude evitar que se me escapara una miradita de reojo mientras pasaba de largo.

También traigo un recuerdo triste. Esta mañana después de dejar el hotel salí a hacer unas compras. En una de las calles comerciales estaba una anciana vestida toda de negro sentada en un portal pidiendo. Lloraba desconsoladamente. A sus pies tenía un cartón con un montón de imágenes pegadas de santos y vírgenes. Una mujer de mediana edad que pasaba por allí se acercó a ella y le acarició la cabeza por encima del pañuelo. Al pasar por su lado me acerqué a echarle una moneda y no pude evitar que se empañaran mis ojos. Dijo algo en otro idioma. Sentí su desolación y sentimiento de culpabilidad por todo lo que yo podía disfrutar. Son las injusticias de este mundo.

Ya falta poco también para tu vuelta, Congo. No sé ni cuantos días exactamente. Tampoco necesito saberlo. He aprendido a dejar que el tiempo transcurra por sí mismo, sin apurar las horas. No hago planes, no pienso en el futuro ni a medio ni a largo plazo, sólo procuro vivir los días aprovechando los recursos que se presentan a mi alcance. Así me va algo mejor.

Me pregunto si no echas de menos ver las flores, el campo, los árboles… Está todo tan bonito. Acabo de pasar ahora por una playa. Es como si hubieran cortado una montaña y hubiesen puesto la playa en medio. Sé que te gustaría.

Bueno, pequeñín, tengo que dejarte ya. Te envío un fuerte abrazo y un beso. Sí, sólo uno. Porque con un poco de suerte al entrar en contacto con tu boca se multiplicará y los nuevos besos se extenderán por tu cuerpo como un reguero de pólvora.

P.D.: Intento no pensar en ti. Es difícil.

No hay comentarios: