viernes, 25 de enero de 2008

Obsesión



No podía dejar de pasear por el pasillo como una posesa: arriba, abajo, arriba, abajo, mientras mil ideas luchaban desordenadamente en su cabeza. De entre todas una era la que más sobresalía: “Llámale... no seas tonta.”

Encendió un cigarrillo, igual así se tranquilizaba un poco. Tenía que olvidar, aunque sólo fuera por unos instantes, aquella obsesión que estaba a flor de piel todo el día, la devoraba por dentro... No la dejaba vivir.

Sólo conseguía un poco de sosiego al oír su voz cada mañana por las escaleras del edificio donde trabajaban juntos, o cuando jugaba a las excusas para tenerle cerca y así poder bucear a gusto por sus ojos, tratando de adivinar si él sentía lo mismo o algo parecido. Es que él era como una enfermedad. Sí, esa era la palabra exacta que resumía todo lo que estaba sintiendo.

Se sentó en la mesa de la cocina, su lugar preferido para hablar por teléfono y marcó su número con el corazón acelerado y un leve temblor en las manos.

- ¿Está Tomás?
- Ahora le aviso, ¿quién le llama, por favor? –tal vez era su hermano el que contestaba.
- Una amiga.
- Tomás, al teléfono – dijo el desconocido.
- ¿Diga? –contestó Tomás.
- Hola, soy...

- ¿Laura? –dijo su nombre con sorpresa.

- No te enfades, por favor. Necesito hablar contigo, oírte.

- Laura, ¿qué quieres?, contestó Tomás un tanto malhumorado.

- Perdón, colgaré.

- No, no lo hagas. Espera. ¿Cómo te encuentras?, dijo Tomás un tanto más comprensivo.

- No sé que me está pasando pero no puedo soportarlo. No dejo de pensar en ti. Quiero vencer los pensamientos que me asaltan pero me pueden. No quiero hacerte daño. Tú sabes cuanto te aprecio. Pero me siento morir.
- Laura, Laura – contestó Tomás en un tono más íntimo y tierno. ¿Qué estás diciendo?

- ¡No sabes como te deseo!

- Laura, olvídalo.

- No quiero. Te deseo, Tomás.

- Laura, respondío Tomás, susurrando su nombre.

- Dime lo que llevas puesto en este momento.

- Laura, no me pidas eso.

- Dímelo. Necesito saberlo –dijo Laura empleando su tono más convincente.

- Llevo puesto el pantalón vaquero negro y la camisa de cuadros verde y granate. La misma ropa que llevé a la oficina esta mañana.

- ¿Llevas puesto el cinturón?

- Laura, estás loca.

- Contéstame, dijo ella en el tono más firme que encontró.

- Sí.

- ¿Y sabes que voy a hacer ahora? Desabrocharte el cinturón muy despacio. Ya está.

- Esto es una locura. Dime lo que llevas puesto tú, dijo Tomás nervioso.

- Sólo llevo puesto el albornoz. Me iba a dar un baño.

- Dime cómo es.

- Es blanco, con capucha.

- Desabróchatelo para mí.

- Ven a darme un beso primero.

- Me gusta como hueles... uhhhm!

- Voy a desabrocharte la camisa despacio, un botón, otro botón... Me pongo de puntillas para darte un beso en el cuello... Tú también hueles muy bien. Tu olor me resulta familiar. Bien, bien, ya están todos los botones, uhhhhm. Tu piel es tan suave como me la imaginaba.

- Yo también te he imaginado muchas veces... También te he deseado como te estoy deseando ahora.

- Sácate el pantalón. Desabróchate los botones despacio. Quiero verte.

- ¿Sabes una cosa? ¿Sabes por dónde te estoy besando ahora?

- ¡Oh, no! Lo siento, los niños se han despertado. Tengo que colgar ¡Mierda!

- ¿Laura? ¿Laura?

Laura se despertó con el ringgggggg del despertador. Estaba sudorosa y arrebolada. La manta estaba tirada en el suelo y las sábanas completamente enrolladas la una con la otra. Y lo primero que pasó por su mente al poner los pies en la alfombra para levantarse de la cama fue una pregunta


¿Por qué habría soñado con él?

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